Sofocados en vídeos pretendidamente graciosos o cursis,
estas navidades han tenido la particularidad de haber zurcido el año pasado con
el presente por medio de una historia trágica, dramáticamente resuelta, indecorosamente
abordada. El hallazgo del cadáver de una joven de “buena familia” (nótese este
término casi ofensivo), desaparecida hace año y medio, supuestamente asesinada
por un individuo del que hasta el chusco sobrenombre parece sacado de una pulp fiction ha desencadenado la portera
(o portero) que llevamos dentro, con mis disculpas a este gremio, seguramente
menos cotilla que su mítica. Los sucesos son eso, sucesos. Y su trascendencia
se agota en sí misma una vez narrado lo sucedido. En este caso concreto,
prácticamente lo que acabo de decir en estas líneas. Sin embargo, prensa,
medios y gentes nos lanzamos al despiece de todo tipo de relaciones,
suposiciones y demás pornografía social con el ánimo de lograr audiencias y,
tal vez, sustituir en nuestro interés asuntos lánguidos (por pesados) como el
catalán, soslayando de nuevo la cotidiana cadencia de escandalosos temas que sí
nos afectan directamente o afectan a los que nos gobiernan, aquí y allá.
Hemos convocado y conocido las opiniones y sentires varios
de madres, padres, abogados, allegados, conocidos y hasta camareros ocasionales
en un despliegue de impudicia inservible y turbia; hemos asistido a dictámenes de gentes que apenas aportan nada salvo su
propia y excusable presencia, para expandir un asunto sencillo con
elucubraciones indignas hasta de algún folletín o culebrón. ¿Por qué no
buscamos declaraciones de la tía de un futbolista sobre las patadas que recibe
su hijo en la cancha? ¿No sería interesante saber qué opina el chófer que lleva
a Rajoy hasta el Congreso de las paradas que realiza? No interesa en absoluto
qué hacen en ambos casos, como no lo hace lo que no sean hechos que tengan
realmente trascendencia. El resto, en estos casos, al juez, o a ese juez
implacable que se llama intimidad.
En 1966 Truman Capote convirtió un sórdido homicidio
múltiple en una de las obras maestras de la literatura norteamericana, “A
sangre fría”. Tras siete años de trabajo periodístico y un exhaustivo
conocimiento sobre el terreno de personajes y testimonios, el título quizás
abriga un doble sentido: es imprescindible tener la sangre fría para tratar con
un acontecimiento atroz e inhumano y convertirlo en un relato lleno de
humanidad y piedad, una narración que ofrezca valores morales porque cuenta con
valores de otro tipo. El resto, la sangre caliente que todos mostramos cuando
un hecho como este nos indigna, se da por supuesta y poco interesa su
exhibición, salvo para lograr esas audiencias de todo tipo que anhelamos con
ello.
(Publicado el 7/01/2018 en La Nueva Crónica de León, en una serie llamada "Las razones del polizón")
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