Hemos sustituido la utopía por la anacronía. Desde antes de
Platón, nos afanamos en lograr un estado justo de las cosas, y lo reconocemos
en un futuro utópico o en una Edad de Oro extinta: buscamos una ciudad perfecta.
Creímos en ese lugar ideal que, como indica su nombre, no existe, pero concita
todos los esfuerzos y todas las esperanzas. El camino hacia la ciudad ideal de
Tomás Moro que tantas formas ha adoptado está siempre, bien se sabe, cercado de
bosques umbríos y celadas inadvertidas, de forma que muchas de esas repúblicas soñadas
acabaron erigiendo mundos de pesadilla, infiernos en la tierra o, simplemente, una
mediocridad más. A base de esas decepciones y espejismos, perdimos la ilusión y
durante los últimos años Utopía se convirtió en una ciudad ruinosa o escarnecida,
el reflejo deslucido de un ideal cascado.
Caminar hacia Utopía sigue siendo, quizás, la única opción,
pero ya nadie ignora que no existe tal lugar y el trayecto que supuestamente
ennoblecía nuestro espíritu hoy apenas lo mortifica una y otra vez. Por eso han
surgido sucedáneos, mundos quiméricos en los que encontrarse más confortado y hacerse
fuerte, pues se han concebido a la altura de nuestros sueños más pedestres. Ha
surgido Anacronía. Es un lugar cómodo para vivir: conocemos su perfil urbano
pues lo hemos diseñado con fantasía y, a veces, incluso con arrogancia, y el
trayecto hacia ella supone un paseo bajo fulgentes soflamas que no dejan lugar
a la penumbra o las dudas. Se trata de una forma de utopía despojada de todo compromiso,
titubeo o esfuerzo. Por poner un símil, tiene la misma relación con ella que la
guerra con un videojuego sobre la guerra, la misma relación con la realidad que
nuestra versión de la misma. En Anacronía no hay bajas ni sufrimiento, revive
épocas perdidas y adapta su guion a nuestras necesidades y pretensiones; en
Anacronía somos perfectos sin tacha, somos felices sin tasas. Allí, además, no
existen los anacronismos, pues se habita uno, de igual manera a como no somos
capaces de distinguir una nube en medio de la niebla. La luz de Anacronía es clara
y uniforme.
Por eso, en Cataluña liquidan la sanidad pública o saquean
las arcas de todos políticos que proponen habitar ese mundo ideal que
solventará esos y todos los problemas merced al poder nebuloso de las ilusiones.
Por eso, mientras en esta provincia nuestra se muere más que en ninguna otra, de
ella se marcha más gente que de ninguna otra o se cultiva más frustración que
en ninguna otra, nos preocupa especialmente que el presidente del gobierno haya
situado en otro país un acontecimiento de la Edad Media que nada tiene que ver
con nuestra forma actual de gobierno. Nos hemos mudado de Utopía a Anacronía y
en esta nueva ciudad que alberga nuestros ideales nos encontramos menos
comprometidos, menos exigidos, más embriagados. En Anacronía no cobran las
tapas en los bares. De momento.
(Publicado el 17/12/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie
llamada "Las razones del polizón": https://www.lanuevacronica.com/luz-de-anacronia )
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