domingo, 26 de noviembre de 2017

Terquedades del hombre



 
Repasan estos días en las Cortes regionales las cuentas del gran capitán de la edición cuellarana de Las edades del hombre, número veintitantos de la serie, tal vez ya culebrón. Este proyecto cultural arrancó en 1988 en Valladolid, de la mano de José Velicia, ya fallecido, y José Jiménez Lozano, con cuatro fases que incluían además Burgos, León y Salamanca, la última muestra prevista para el año 1993-94. Aquellas innovadoras exposiciones supusieron un enorme éxito de público y no poca aportación: venían a reformar la imagen del patrimonio en manos eclesiásticas propiciando su recuperación, restauración y estudio y una forzosa vindicación después de décadas de expolio en que la iglesia católica tuvo no poca responsabilidad. Esa institución alcanzaba por fin gracias a ellas una posición actualizada y de modernidad respecto a la cultura patrimonial que se había hecho de rogar. Su sesgo catequético, criticado entonces por algunos, no empañaba en absoluto el planteamiento, sino que entraba dentro de la contrastada coherencia que caracterizó aquel plan. Sin embargo, como tantas veces, se murió de éxito. La fórmula no sólo fue imitada en muy distintas y distantes regiones que llevaron a cabo hijuelas de “Las Edades” convertidas en marca de la institución, sino que, además, se estiró hasta niveles incómodos el planteamiento original y hasta se estandarizó su éxito, motivando situaciones bochornosas para aupar audiencias que hace poco tuvieron reflejo mediático por una denuncia no menos sainetesca. Hasta episodios sombríos hubo -¿qué fue de aquel curilla y su hermana, huidos del barco a media singladura?-.
Sin embargo, en las Cortes de Valladolid se ha debatido únicamente sobre cuál ha sido el aporte de esta entrega para dinamizar la economía local: cifras sobre gasto por visitante, de desempleo o de pernoctaciones. Ni una palabra acerca de lo que ofreció, si fue algo, en materia cultural. Cabe preguntarse por qué este proyecto sigue acaparando fondos del departamento de cultura, si se trata de un asunto meramente económico. La exposición supone la principal baza del gobierno autonómico en materia expositiva, y la elección del lugar, que ha alcanzado niveles sonrojantes de candidatura olímpica de pueblo, se ha convertido en acontecimiento berlanguiano, señoreado por quién sabe qué personajes e intereses.
Llegados aquí, no es de extrañar que ayuntamientos como Villafranca del Bierzo pugnen por “ser designados” graciosamente futura sede de Las Edades (y van…), pues entra en la lógica de anhelar algo aparentemente beneficioso. Lo que no se explica tan bien es por qué esta comunidad autónoma sigue ofreciendo como producto principal uno tan enmohecido. Aunque quizás sea porque se ha convertido sin pretenderlo en un reflejo fidedigno de la penosa situación de esta tierra: envejecida, vacía, intrascendente.
  (Publicado el 26/11/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie llamada "Las razones del polizón": https://www.lanuevacronica.com/terquedades-del-hombre)

domingo, 19 de noviembre de 2017

Lo común y lo corriente



 
Lo que es de todos no es de nadie, según el dicho. Pero sí lo es, y si no se defiende acaba por ser de alguien con nombre y apellidos. Lo hemos comprobado durante las privatizaciones de lo público, pero se habla poco de otras, las de lo común. Está de moda la etiqueta de lo común, del procomún, de la propiedad comunal, que a diferencia de lo público pertenece a una comunidad pero su administración no se ha delegado o transferido. En León se sabe mucho de eso. O debería, porque se trata de una de las características acusadas de la idiosincrasia de esta tierra, tan enaltecida en los campanarios como desatendida en sus genuinos intereses, los que le confieren un dominio sobre los bienes colectivos de una forma peculiar y representativa.
La pujanza del común y del concejo han distinguido una forma histórica de vida en los pueblos leoneses durante siglos, desde que la aplicación de un tipo de derecho de raíz germánica y las necesidades de la primera repoblación medieval hicieron de aldeas y pueblos propietarios de sus entornos, responsables de su cuidado y administradores de una forma de solidaridad y resistencia colectiva tan longeva como amenazada. Desde siempre el común fue pretendido por poderes más “oficiales” y estructurados. Primero el régimen señorial lo erosionó en encarnizados pleitos y conflictos, pues derechos y haciendas comunales generaban beneficios que se escapaban a sus privilegios. Procuradores de los comunes acudieron en masa a los tribunales a defender lo suyo con desigual fortuna. Más tarde el Estado liberal, amparado en la vieja excusa de la obsolescencia de esas explotaciones, cuestionó la propiedad y el derecho comunal hasta casi liquidarlos, pese a que el Romanticismo y el Regeneracionismo (Costa, Azcárate…) vieran en ellos esencias y existencias dignas de estudio y alabanza. No hubo manera: lo común se enfrentaba al Estado moderno y su “interés general”: los pueblos en cuyas tierras se construyeron saltos hidroeléctricos en la raya portuguesa fueron los últimos de España en disponer de luz; cuando Riaño se anegó, la mayoría de esos terrenos eran comunales…
Esta semana se verificó la desaparición de una decena de juntas vecinales en León. La España que se vacía se sigue vaciando, asesta el definitivo golpe a una forma de vida y, de paso, enajena sus propiedades. Con ella desaparece una forma de preservar los recursos, de mantener la ecología y la economía en fecunda alianza. Aunque el negocio prosigue. En estos años, la iglesia católica española se ha dedicado a inmatricular numerosas propiedades sin registrar que pasaban, por ministerio de leyes indignas, a ser suyas, sin aviso previo o rectificación. Como los colonos anglosajones cuando esgrimían ante los indígenas americanos sus “legítimas” escrituras de propiedad, en blanco sobre negro. Patrimonio que deja de ser de todos, para ser de alguien muy concreto.
  (Publicado el 19/11/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie llamada "Las razones del polizón": https://www.lanuevacronica.com/lo-comun-y-lo-corriente)

domingo, 12 de noviembre de 2017

Excusado público



 
Con tanto milenario, centenario y cumpleaños redondo o redondeado, se nos pasan algunos más discretos pero no menos trascendentes. En 1917, Marcel Duchamp ponía ante los ojos de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, y ante el mundo, un urinario bajo el título de “Fuente” que habría de convertirse en la puerta de entrada a buena parte del arte del siglo XX y lo que llevamos del presente. Un gesto a la altura de la toma del Palacio de Invierno (más centenarios…) que, pese a ser censurado de inmediato, nadie pudo desactivar. Hasta ahora.
Han pasado cien años, lo que, según cierta legislación de Patrimonio cultural, convierte aquel retrete en obra a conservar aunque no hubiera sido exhibido como arte, aunque hubiera sido y servido como un mingitorio desde siempre y hasta hoy. Su mera pervivencia hasta el presente lo trueca en objeto patrimonial y cultural. De hecho, cualquier urinario centenario lo es, aunque algunos tienen más valor, sobre todo si se manifiestan “performativamente” con la debida oportunidad. Don Marcel tenía razón, por supuesto. O tal vez no, y es solo el tiempo el que la tiene.
Duchamp, mejor pensador que artista, quizás no acabó de sopesar el carácter fundacional de aquel gesto, acaso en su momento más una invectiva personal (todo es personal) que una proposición teórica de calado, pero su retrete vertical ilustraba la pregunta que él mismo formularía después con la fuerza de un icono categórico: ¿se pueden hacer obras que no sean de arte? Décadas más tarde, el último chamán del arte de vanguardia, Joseph Beuys, afirmaría que “cada individuo es un artista”, cerrando el círculo en que se encierra y despliega la imaginería de nuestra centuria, para bien y para mal.
Objetos encontrados (readymades) y cadáveres exquisitos hay por doquier, tan solo hace falta darse una vuelta, sin ánimo exhaustivo, por cualquier museo o galería de arte para percatarse del abuso de aquel inexcusable gesto del excusado que ha poblado esos espacios con toda suerte de hallazgos, invenciones y ocurrencias más o menos afortunadas. El tiempo inclemente pondrá en su lugar a la mayoría, ya que nosotros no podemos hacerlo por culpa de don Marcel. Como ya sucediera en otras épocas de la historia, hemos depositado nuestra capacidad de juicio artístico en manos de expertos que aún siguen hablando de la democratización del arte como si tal cosa tuviera un sentido o la cultivaran. La creación de nuestros días, tanto en las artes plásticas como en otras muchas, saquea el baúl de la historia para que el espectáculo continúe haciendo caja, de la misma manera que las demás industrias del entertainment lo hacen con todo fruto cultural aún jugoso o ahumado. El pasado y sus “fuentes”. Lo antaño revulsivo hoy es simple refrigerio, capaz de tan momentáneo pero necesario alivio como el que presta un urinario en el momento preciso. Así que pasen cien años.
 (Publicado el 12/11/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie llamada "Las razones del polizón":https://www.lanuevacronica.com/excusado-publico)


domingo, 5 de noviembre de 2017

Nación mutante



 
Psicólogos, sociólogos y demás dilucidarán qué empuja a ciertos ciudadanos a exacerbar su sentimiento de comunidad hasta el punto de sentirse distintos y distantes, en contraposición a otros. No entiendo el nacionalismo en ninguna de sus fórmulas, tan sedantes, y no alcanzaré ese saber. La tan decimonónica idea de nación rebaja mis simpatías en cuanto es invocada, y debo redoblar mi comprensión hacia quien la esgrime como argumento de lo que sea. Estado, por su parte, es término burocrático, administrativamente necesario, supongo, para que sigamos conviviendo, independientemente de que muchas formas del mismo hayan resultado obsoletas o trágicas, sin que por ello hayan dejado de practicarse o preferirse por según quién. Si me dan a elegir prefiero el término país, con su vaguedad no beligerante y a gusto del consumidor.
Pero si algo nos ha enseñado la cuestión catalana (y nos ha enseñado muchas cosas que tardaremos en digerir) es que en los tiempos de la postverdad, las naciones que aspiran a convertirse en Estados no pueden contar con las herramientas de antaño. De partida se suponía que un conjunto de caracteres culturales compartidos (la lengua en especial) y una resuelta y abrumadora voluntad popular podían aspirar a una bandera, unas fronteras, una administración o un gobierno propios. Ya no. En algunas sociedades democráticas, en especial en Europa, banderas, lenguas y culturas no sólo son reconocidas y hasta alentadas, sino que han sido globalizadas en un caldo de libertades que homogeneiza y atempera a cambio de un bienestar individual sistemático y un autogobierno moderado. Renunciar a buena parte de autonomía, de Estado (fronteras, administración, gobierno), atañe tanto a españoles, griegos o lituanos como a catalanes en un proceso, este sí, gradual. Solo en la medida en que se renuncie al amparo que ofrece esa unión, se permiten otras “libertades” a sus componentes. Merced a ese contrato transnacional, fronteras, banderas y demás signos identitarios poco papel juegan, aparte el emocional, para  distinguir países que se congregan bajo un mismo código ideológico, político, económico. El futuro, con suerte, habrá de  convertirlos en objetos decorativos, arqueológicos, y entonces ser catalán, español o griego se reconocerá (como es) un mero azar sin mayores consecuencias ciudadanas.
Quizás Cataluña podría haberse escindido de España con desenvoltura en otro momento, pero no ahora que supone salir también de Europa. Pocos querrían irse hacia tierras de tan promisorias, inciertas. Fuera hace frío. Esta debería ser, al menos, una buena noticia para la edificación europea, pues su pacto de libertad y prosperidades a cambio de ciertas renuncias parece llamado a prevalecer sobre la vetusta idea del Estado-nación. Trato o truco. Ahora solo falta que nuestro gobierno y el Estado se comporten con mesura acorde con ese compromiso y dejen de oscilar de la inacción a la desproporción.
(Publicado el 5/11/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie llamada "Las razones del polizón": https://www.lanuevacronica.com/nacion-mutante )