Hace ya casi una década que la Ley de la memoria histórica
obliga a retirar del callejero el homenaje a los fascistas, golpistas y
colaboradores que la dictadura enalteció en esos letreros por toda ciudad y
pueblo del país. Hace ya bastantes años que a ciertos ayuntamientos les cuesta
encontrar momento para laboriosos dictámenes y sesudas disquisiciones que
permitan identificarlos y cumplir con una norma legal de gran sencillez pero
que parece ampollar determinados cutis. Hace ya demasiados años que muchos
ciudadanos esperan gestos y actos decentes, honorables y humanos que se les
deben por justicia y, desde hace diez años, por ley.
El ayuntamiento leonés, siempre a la vanguardia de este tipo
de resistencias, ha esperado a ser llevado a los tribunales. Y ahora se ha
provisto de un grupo de expertos entre los que no se encuentra ningún especialista
en la guerra civil o la historia contemporánea, pese a que tales momentos
históricos sean objeto del estudio de numerosos titulados y profesores universitarios
muy reconocidos y reconocibles, en estas tierras y otras cercanas. Para más
señas, el comité que dilucida el asunto lo componen la concejala del ramo y dos
funcionarios de su propia concejalía... Ello podría dar pábulo a cuestionar su
informe, pero más lo dan los argumentos que dejan sobre la mesa, tras sus
deliberaciones. Se deja al margen a conocidos personajes del régimen a causa de
lo “mucho” que hicieron por León. Construir una carretera o un barrio, como si
lo hubieran hecho ellos mismos, con sus manos, ellos solos, que diría Bertolt
Brecht. Argumento notable, donde los haya, que remite a un tipo de mentalidad.
Otro nombre se libra por ser… obispo. Parecen decir, era malo, sí, pero era
obispo, que eso lo cura todo. Nótese que ambos argumentos valdrían para
mantener a Francisco Franco en la placa de su antaño calle principal. De otro
falangista se dice que es poco relevante (J. Mª Fernández). Por supuesto, por
eso tiene una calle, y de las grandes. Uno más fue cronista, dicen....
Cuanto más miramos el detalle más se pierde la perspectiva. Lo
cantaba Umberto Tozzi: la verdad y la mentira se llaman Gloria. Los nombres que
las ciudades otorgan a sus calles, avenidas y plazas son ocasión para reconocer
a aquellos de nosotros que nos enorgullecen o nos representan, a aquellos paisanos
que alguna vez hicieron que la ciudad fuera mejor, que la vida de sus vecinos
lo fuera, que llevaron su nombre por otras tierras con dignidad. Sirven para
honrar a quienes nos honraron, para recordar con estima, para refrendar con
afecto. Plasman la propia ciudad, al fin, en un brocado de biografías
entrelazadas en el que cabe reconocer ese espíritu urbano que llamamos
urbanidad. Esa parte es la que debería prevalecer al expurgar del callejero
tanta ignominia y desdoro, sin considerar si este fue obispo o aquel mandó
asfaltar un barrio.
(Publicado el 5/8/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie
estival llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/gloria-8)
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