domingo, 27 de agosto de 2017

Give Peace a Chance



 
Está a punto de desaparecer de la pantalla grande, si no lo ha hecho ya, pero ha sido la película de este verano, casi unánimemente. Dunkerque, una obra maestra de Cristopher Nolan que se ciñe a un suceso tan principal y relevante como poco tratado en la apología fílmica de la Segunda Gran Guerra. En apenas una semana de la primavera de 1940, las fuerzas aliadas, acorraladas contra el mar por la Wehrmacht, fueron evacuadas desde playas francesas hacia Gran Bretaña por cuanta embarcación flotara, salvando así gran parte del ejército que, cuatro años después, desembarcaría en Normandía para acabar con Hitler. Cabe preguntarse por la elección de este episodio. La Segunda Guerra Mundial fue, posiblemente, la última “guerra justa” en Occidente, concepto extinto, con diferentes sentidos a lo largo de la historia. Con un enemigo diabólico y la inequívoca razón en la fuerza vencedora, se ha tratado siempre como un triunfo necesario y heroico. Más aún cuando su final fue el inmediato inicio de otra guerra, soterrada y latente que había de acabar casi medio siglo después en Berlín, donde había comenzado. En ese sentido, la guerra civil española prologa ese ciclo bélico, y por eso sus consecuencias siguieron vigentes durante la guerra fría. La exaltación patriótica y belicista del gran relato nacional que construye el cine americano ha tratado siempre esta guerra global de manera muy distinta a Corea, Vietnam o las siguientes. Si estas son su corazón de tinieblas, aquella sancionaba la valentía de una generación y la luminosidad de una victoria sin paliativos. Hasta Kubrik, cuando quiso reprobar todas las guerras, escogió la Primera y la escala de grises. Muchas son las virtudes del film de Nolan. Apenas dialogada, se centra en la acción y las historias cruzadas de un puñado de personajes a los que la cámara parece escoger por azar: daría igual cualesquiera otros, parece decirnos. Además, como hiciera Goya en los Fusilamientos, el enemigo no muestra su rostro, su mano golpea con ciega ira y fortuna incierta. La guerra no contiene sino crudeza, ruindad, sufrimiento, muerte y, en ocasiones, algún acto honorable que pasa desapercibido, que solo tiene sentido para quien lo lleva a cabo. Pero pronto, la película de Nolan (es suya: dirige, escribe, produce…) deja de ser una película de guerra para convertirse en un alegato sobre el salvamento, el rescate de gentes atrapadas y desesperadas por alcanzar un lugar que llaman hogar. Sólo quieren salir del infierno y regresar a casa. Imposible no pensar en tantas imágenes similares y tan actuales, imposible no ver a tantos como aún hoy siguen peleando en esa misma guerra, la de salvarse del infierno en la tierra, y en los rostros que arriban exhaustos a tantas playas hacia una manta tendida por algún alma caritativa. Por eso, tal vez, escogió Nolan este tema, porque es una batalla que aún se libra.
 (Publicado el 26/8/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie estival llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/give-peace-a-chance )

domingo, 20 de agosto de 2017

Rock and roll en la plaza del pueblo



 

Florecen en cunetas o contenedores con apremio luminiscente, grandes letras negras sobre folios amarillos o naranjas y mensajes de tan sucintos, herméticos como consignas de un frente de guerra ilusorio. Marne, 5 y 6 de agosto. Villamayor, 11, 12 y 13. A veces se acompañan de santos y señas aún más crípticos y llamativos, provistos de su propia ortografía, portadores de una promesa rudamente anglosajona o exótica: Disco móvil Amnexia, Strenos, Orquesta Anaconda, Súper Hollywood, Sound Station, Jamaica Show, Buona vita, Mercury, Platinum, Nebraska, Tango, Acordes…
Porque, cuando una generación había desertado de peregrinar a las fiestas de los pueblos, seducida por sirenas urbanas, bares más mundanos y más relucientes discotecas, resulta que una hornada de jóvenes vaga sin rubor ni desaliento por verbenas y celebraciones veraniegas en eras polvorientas, plazas confusas y descampados de pueblos a veces minúsculos, convertidos en centros de atención rutilante para muchos kilómetros a la redonda durante un par de noches al año. Quién lo hubiera sospechado… Y digo verbenas, pero las más de las veces se trata de una caravana sonorizada hasta sus últimas consecuencias dispuesta estratégicamente para que sus remedos musicales impidan escucharse mutuamente, lo suficientemente cerca de una improvisada cantina, lo insuficientemente lejos de unos vecinos que, estoicos o crispados, soportan su inclemencia durante toda esa larga noche. El letárgico corazón de la España vacía fibrila con estos sones noctívagos, culminando una taquicardia que comenzó julio atrás con la llegada de los veraneantes, ese espejismo.
Se extinguían, pero surgieron de un rescoldo agitado, de donde surgen cosas que hace poco juzgábamos vetustas y hasta rancias, y ahora llamamos tradicionales (la semana santa, los juegos florales, las mascaradas…). Cierto es que, pese a los esfuerzos de muchos, sucede lo que en tantas celebraciones ancestrales: se han convertido en un producto de consumo estandarizado que responde, doquiera, a idénticos patrones. La misma mecánica, la misma música, las mismas bebidas y comportamientos, los mismos rostros, gestos, actitudes… Uno acaba por no saber dónde está hasta que pregunta al retén de la Guardia civil que le manda parar a la salida del pueblo, en la penumbra del amanecer.
En septiembre, la carretera discurrirá entre las casas bajo sartas de pequeñas banderas de colores desvaídos, y los coches agitarán levemente las trizas de aquellos anuncios fosforescentes aún adheridas con celofán a las señales de tráfico. Y, tal vez, al conductor se le ocurra tararear alguna canción de las fiestas de su pueblo: “Un poco más de rollo, nene, no vendría mal: si no estoy colocado, no puedo tocar. El rock está en mi cuerpo, y a mí me hace vibrar, saltar y desmadrarme, me puedo liberar. Si el rock esta en tu cuerpo, salgamos a bailar…”
(Publicado el 19/8/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie estival llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/rock-and-roll-en-la-plaza-del-pueblo)

domingo, 13 de agosto de 2017

Hay que venir al sur



De tanto ser la solución, ha acabado por convertirse en el problema. El turismo. Un problema grave, a juzgar por el lugar que ocupa (el primero) entre las inquietudes de los habitantes de una ciudad durante mucho tiempo paradigma de lo urbano, Barcelona.Rendidas a las hordas de visitantes ocasionales, muchas de las calles del barrio viejo y ensanche barcelonés se han convertido en elinvivible y abarrotado escenario de una decepción tras otra, en la condenación del vecindario y la antesala de una nueva forma de xenofobia. El turismo cultural, nacido como una actividad diletante reservada a las clases pudientes, ha acabado por convertirse en una obligación universal que justifica nuestro tiempo de ocio con huidas a ninguna parte que son siempre huidas al mismo lugar. Y en ese lugar nos encontramos con todo el mundo.
A los problemas de sostenimiento, explotación y hartazgo derivados de esa masificación, hay que añadir la perversa deriva hacia el consumo de recursos públicos en esperpentos, simplezas y pirotecnia destinados a avivar esa “atracción”, de la que se benefician siempre los mismos y salen perjudicados los mismos de siempre. Junto a ello, a la desatención de proyectos serios que no cuentan con favor del público porque no cuentan con el favor de todo el público. Con dos cabezas y un solo dios verdadero, casi todas las consejerías y organismos del ramo someten sus políticas culturales al altar turístico, habitualmente quemando incienso y pergaminos.
Además, a partir delembuste ramplón de que nos sacará de pobres, el turismo (cierta forma de turismo) nos empobrece. Empobrece nuestra historia con patrañas pueriles que son a la historia lo que el fast food a la gastronomía. Empobrece la personalidad y la forma de las ciudades reduciéndolas a prototipos uniformados de tediosase intercambiables zonas céntricas (“cascos viejos” tan nuevos). Empobrece, al fin, nuestro presente, negando al pasado otra capacidad que no sea la de sacrificarse en el altar de unaexplotación cortoplacista, y nuestro futuro, jibarizado en una caricatura con fecha de caducidad. En todo este despropósito alguien se enriquece, por supuesto, mientras reclama recursos de todos para lo suyo; y muchos otros se empobrecen, sensu stricto, mientras abusan de lo suyo, sea público o privado.Los ciudadanos dejamos de poseer nuestra ciudad y pasamos a ser figurantes, tan a menudo disfrazados de época, además; mientras los turistas la toman fugaz, feroz y desdeñosamente, como una plaza conquistada por la vieja estirpe de los pueblos nómadas y guerreros, cuya versión degradada y actual encarnan, aunque ahora cabalguen sobre el cursi trenecito a ruedas que no falta en ninguna parte.
El turismo, ese gran invento. El turismo, presagio de una extinción, se devora a sí mismo. Lo decía la Carrà: “Por si acaso se acaba el mundo todo el tiempo he de aprovechar… hay que venir al sur”.
(Publicado el 12/8/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie estival llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/hay-que-venir-al-sur-1)

domingo, 6 de agosto de 2017

Gloria



 
Hace ya casi una década que la Ley de la memoria histórica obliga a retirar del callejero el homenaje a los fascistas, golpistas y colaboradores que la dictadura enalteció en esos letreros por toda ciudad y pueblo del país. Hace ya bastantes años que a ciertos ayuntamientos les cuesta encontrar momento para laboriosos dictámenes y sesudas disquisiciones que permitan identificarlos y cumplir con una norma legal de gran sencillez pero que parece ampollar determinados cutis. Hace ya demasiados años que muchos ciudadanos esperan gestos y actos decentes, honorables y humanos que se les deben por justicia y, desde hace diez años, por ley.
El ayuntamiento leonés, siempre a la vanguardia de este tipo de resistencias, ha esperado a ser llevado a los tribunales. Y ahora se ha provisto de un grupo de expertos entre los que no se encuentra ningún especialista en la guerra civil o la historia contemporánea, pese a que tales momentos históricos sean objeto del estudio de numerosos titulados y profesores universitarios muy reconocidos y reconocibles, en estas tierras y otras cercanas. Para más señas, el comité que dilucida el asunto lo componen la concejala del ramo y dos funcionarios de su propia concejalía... Ello podría dar pábulo a cuestionar su informe, pero más lo dan los argumentos que dejan sobre la mesa, tras sus deliberaciones. Se deja al margen a conocidos personajes del régimen a causa de lo “mucho” que hicieron por León. Construir una carretera o un barrio, como si lo hubieran hecho ellos mismos, con sus manos, ellos solos, que diría Bertolt Brecht. Argumento notable, donde los haya, que remite a un tipo de mentalidad. Otro nombre se libra por ser… obispo. Parecen decir, era malo, sí, pero era obispo, que eso lo cura todo. Nótese que ambos argumentos valdrían para mantener a Francisco Franco en la placa de su antaño calle principal. De otro falangista se dice que es poco relevante (J. Mª Fernández). Por supuesto, por eso tiene una calle, y de las grandes. Uno más fue cronista, dicen....
Cuanto más miramos el detalle más se pierde la perspectiva. Lo cantaba Umberto Tozzi: la verdad y la mentira se llaman Gloria. Los nombres que las ciudades otorgan a sus calles, avenidas y plazas son ocasión para reconocer a aquellos de nosotros que nos enorgullecen o nos representan, a aquellos paisanos que alguna vez hicieron que la ciudad fuera mejor, que la vida de sus vecinos lo fuera, que llevaron su nombre por otras tierras con dignidad. Sirven para honrar a quienes nos honraron, para recordar con estima, para refrendar con afecto. Plasman la propia ciudad, al fin, en un brocado de biografías entrelazadas en el que cabe reconocer ese espíritu urbano que llamamos urbanidad. Esa parte es la que debería prevalecer al expurgar del callejero tanta ignominia y desdoro, sin considerar si este fue obispo o aquel mandó asfaltar un barrio.
 (Publicado el 5/8/2017 en La Nueva Crónica de Léon, en una serie estival llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/gloria-8)