Aunque todo se termina, extinguirse tiene mala prensa. Y sin
embargo, la extinción permite avanzar; es, como dicen los publicistas, el
“motor del cambio”. La mayoría de los seres que poblaban el planeta ha
desaparecido a lo bruto al menos en cinco ocasiones. Algunas de esas masivas
extinciones globales han hecho tambalearse la vida terrestre, como sucedió a
finales del Pérmico; pero en general, gracias a ellas, somos lo que somos.
Particularmente mamíferos y humanos en especial debemos estar agradecidos, ya
que la última extinción, la cretácica, despejó el escenario de grandes saurios
para que pudiéramos ocuparlo. Como sucede con las crisis, las extinciones
comportan un remplazo, una liberación de energía y la apertura de un panorama
lleno de expectativas y contingencias. La cuestión es si te toca extinguirte,
que eso sí da mal rollo. Por poner un ejemplo: la próxima nos toca a los
humanos. Es la nuestra. Cuando se habla de que el planeta se va al cuerno, en
realidad se quiere decir que nos vamos nosotros, pues el planeta seguirá por su
cuenta cuando nos apeemos. Sin pena ni gloria. Nos queda el consuelo que tenía
Abraracúrcix, el jefe galo: el cielo se caerá sobre nuestras cabezas, pero no será
mañana mismo. Tardará un poquito, pese a que apretemos el acelerador cada día
más gracias, entre otros muchos, a otro jefe, el gringo.
Sigamos. Según un análisis meramente formalista, todo surge
mediante tres tipos de procesos, a veces combinados: invención, repetición y
abandono. O algo nuevo (y que conste que la novedad no es a menudo clemente, ni
siquiera oportuna), o replicado (pese al hipotético desprestigio del plagio, es
el proceder más exitoso: véase el ADN) o descartado (casi todo lo que hay en
los museos, por ejemplo, ha sido “rehecho” a partir de un abandono). Otro tipo
de observaciones confirman que nada se destruye, sino que adquiere otro estado,
a menudo irreconocible. En esas condiciones, poco sentido tiene apenarse de
cualquier extinción, por mucho que nos toque. Y menos aún en verano.
Todo esto viene a cuento (o no) de algunas extinciones que
trataremos aquí, en la página postrera y la más bochornosa (por ser la más
estival) del periódico. Durante estas semanas de estiaje que también afectan a
las noticias y al papel que ocupan, se puede aprovechar que en verano da menos
repelús abordar ciertos temas: uno se entera de cosas alarmantes, pero se gira
en la tumbona o pide otro mojito y la filosofía del jefe de la aldea irreductible
ejerce su efecto reparador. Hay pociones para casi todo. Lo que desaparece deja
“un gusto un po’ amaro di cose perdute”, que cantaba Gino Paoli en 1963, justo
el año en que alojó una bala junto a su corazón. Pero ya habrá tiempo para
nostalgias en otoño y para remover el rescoldo de la melancolía invernal (Paoli
aún vive, celebrémoslo). Es tiempo de verano, extinto de verano. Acomódense y gusten.
(Publicado el 8/7/2017 en La nueva Crónica de Léon, en una nueva serie llamada "Extinto de verano": http://www.lanuevacronica.com/sapore-di-sale)
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