Moríamos y dejábamos un reguero de cosas que nos habían
pertenecido, que habían significado algo, mucho, poco, descuidadas algunas, para
siempre calladas otras. Eran algo para nosotros. Nos marchábamos con una cruel
estampa de naufragio que apenas nadie se atrevía a recomponer días después, a
rescatar de esa playa vacía y gris tanto despojo humillado e inútil. Un montón
de ropa pasada de moda, ajada o sin estrenar, algunos libros amarillos y
cuadernos con notas que nadie va a leer nunca más, trastos que quizás acaben en
la basura, alguna deuda o algún dinero que gastarán otros sin saber cómo se
ganó o por qué se reservó, una casa llena de nieblas, un coche que nadie se
atreve a mover, el cajón roto que no llegamos a reparar. Ensueño.
Sin embargo, ahora dejamos atrás una marca fósil de afanes
que antes se disipaban como el humo de los pitillos que ya no fumamos en los
bares. Lo que comentábamos precisamente en ellos también permanece, para bien o
para mal. Huella digital, lo llaman. Y nos definirá rudamente, cuando aquellas
trizas se hayan ventilado en ropavejeros y escombreras. Perdurará, aunque ni lo
merezca ni lo pretenda.
Un corazón deja de latir, y durante unas horas, unos días
quizás, el teléfono móvil del difunto aún tiene batería para seguir palpitando
sin que nadie sepa desbloquearlo para detener su aliento turbador, cerrar sus
párpados definitivamente. Durante las horas en que nuestras células se consumen
en un holocausto íntimo y gélido, resistirá una parte de nosotros acorazada y
brillante en su interior metálico, una substancia vicaria clausurada para los
demás que siempre llevábamos encima.
Y después, cuando los días pasen y se desvanezca nuestra
presencia de aquellos lugares y gentes que quisimos, aún resonarán tenue pero
tercamente las imágenes y palabras que alegremente lanzamos a algún pozo
luminoso, quizás sin creer verdaderamente que llegarían al fondo, como monedas
en la fuente destinadas a cumplir el imposible deseo de regresar.
(Publicado el 24/6/2017 en La Nueva Crónica de León: http://www.lanuevacronica.com/rosebud)
Precioso texto. Emociona. Queda la esperanza de que alguien "recoja el testigo" con amor...
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