La
comunicación es contexto. Empezamos esta semana con una charanga de carnaval:
“los niños tienen pene, las niñas tienen vulva”, digna letrilla de uno de esos
reguetones machistas que se escuchan en las verbenas rurales. El bluf del autobús. Denuncian los
fletadores del carruaje feriante que su requisa atenta contra la libertad de
expresión. Casi a un tiempo, se enfadan los obispos con una guasa del carnaval canario
con iconografía cristiana. Cada cosa en su sitio, señores de la mitra: si
mandan su guagua a la comparsa, lo mismo no se lo embargan, aunque gracia no tenga
ninguna. El contexto. Y luego está el léxico: que en principio era el verbo es
cierto en todas las creencias. A los bocazas de “Hazte oír” se les llama
ultracatólicos, pero deberían ser integristas o catolicistas, si les aplicamos el
rasero calificativo de otras religiones. No distinguimos las cosas y entre
eufemismos y corrección política se nos escurren las certezas.
Otro
caso llamativo: durante el breve período en que pareció iba a ser depuesto, Bashar
al Asad era el dictador sirio. Ahora que hemos sepultado a los rebeldes
demócratas en los cimientos de la “estabilidad de la región” junto a los del
Daesh, al Asad vuelve a ser en todos los noticieros el “presidente” sirio.
Gasee a quien gasee. Cambia el contexto, cambia el lenguaje. Ítem más: en buen
rigor, Trump es un fascista. Con pocos
matices. Que haya sido elegido democráticamente no desmiente el enunciado,
como se sabe. La imagen del fascismo que nos viene a la mente suele apuntar hacia
sus excesos conclusivos, apocalipsis de hecatombes y crueldad. Pero eso sería
como juzgar el pensamiento comunista por el gulag (hay quien lo hace). Las
armaduras ideológicas básicas del fascismo, con un escaso aggiornamento pese al tiempo transcurrido, se acomodan plácidamente
en el fondo, formas y arengas del presidente gringo. O de Le Pen y sus etcéteras
de aquí. El lenguaje limpia, fija, da esplendor: aclara las cosas. Contexto
aparte.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 4/3/2017)
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