A
vueltas con Trump. Qué pesadilla de personaje: desayuno, merienda y cena para
rato. Como excusa conste que estará emocionado con el cargo, e hiperactivo. Como
un mono con dos hachas. Como dicen por ahí, para un político que cumple sus
promesas, tenía que ser este. Sobre los porqués de ese protagonismo y nuestra consiguiente
obsesión (aparte los evidentes) se me ocurre que quizás se deban a que don
Donald es un acto fallido freudiano de libro: nos revela aunque lo neguemos. Nos
pone frente al espejo de manera descarnada, sin afeites ni pose, a traición. En
ese instante del aseo personal en que, sin querer, nos vemos reflejados involuntariamente
y decimos: no somos nosotros. Pero sí lo somos.
Actuamos
como Trump, pero ni lo reconocemos, ni nos gusta. Él levanta muros, nosotros
también. No cerramos fronteras pero pagamos a Turquía para que contenga a
sirios y a troyanos. No somos proteccionistas, pero subvencionamos nuestros
productos para que países de ese tercer mundo al que queremos tanto sigan
siendo pobres... Hasta el tupé nos molesta, pero en cualquier lugar de la red
social y hay más maquillaje y peluquería que chicha. Como suele, el fantoche
nos retrata mal que nos pese. Hasta su chusca puesta en escena, esa manera de firmar
y enseñar la pieza cobrada a cámara ante el aplauso de sus monaguillos. Ese “you‘re
fired” sin contemplaciones a la fiscal que le ha rebatido, que solía ser su
frase estrella en su show televisivo… Es la versión original de esos programas
que nadie reconoce ver pero que ahí siguen, como si los viéramos. El reality
hecho realidad.
Sucede,
simplemente, que Trump descubre la auténtica naturaleza de nuestra doblez: sus
groserías visualizan la desnudez de los súbditos del emperador. Como indica su
apellido, triunfa porque lleva el palo ganador, el que solemos disimular hasta
la jugada decisiva, para prevalecer. Aquello de Marx sobre la historia que se
repite como farsa, sirve a medias. Lo vamos a pasar de miedo. Literalmente.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 4/2/2017)
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