domingo, 5 de febrero de 2017

Del Grano y la paja



 
Se anuncia una vez más el comienzo de las obras en la plaza del Grano, pero esta parece de veras. Durante estos meses (casi años) de porfía acerca de esta intervención se han proferido tantas palabras, que quizás merezca la pena detenerse un momento en aclarar algunas, casi a título de inventario, por parte de quienes, de una forma u otra, con unos u otros argumentos, nos hemos manifestado en contra de esta actuación. Sobre todo porque quienes han propugnado esta obra desde instancias municipales de hoy y de ayer, han jugado con demasiada frecuencia a enturbiar las discusiones a base de inexactitudes y silencios.
Primero: El proyecto propuesto no se cuestiona, ni a sus redactores o a los adjudicatarios de los trabajos. Al contrario, su solvencia está probada y la buena intención del primero, acreditada. Ese no es el asunto, sino si tal intervención está justificada, es pertinente, responde a las necesidades e idiosincrasia del lugar a intervenir. De la misma manera que no se curan catarros con intervenciones quirúrgicas o que no se juzgaría una propuesta de sustituir la catedral de León por la calidad estética de un nuevo templo sino por su conveniencia, muchos pensamos que la plaza del Grano no necesita tales obras, sino, sencillamente, un adecuado sostenimiento. Un mantenimiento que se ha hurtado durante mucho tiempo, agravando tal situación los desdenes, atropellos y basura que se le han echado encima, y que solo parecen destinados a justificar lo injustificable: que colocar sus piedras en su lugar y adecentarla puede ser sustituido por un proyecto de cirugía mayor.
Segundo: Nadie quiere dejar la plaza como está, pues –como es evidente- da pena verla. Se propone mantenerla en buenas condiciones, pero empleando para ello los métodos tradicionales que, precisamente, hacen de ella un ejemplo pervivido excepcionalmente. En la teoría de la restauración hay un concepto clave, la conservación preventiva, que sirve para evitar males mayores, como la prevención en la medicina. Si algo tiene que restaurarse o rehabilitarse, es que no se ha conservado adecuadamente. Este es el caso, pero aún estamos a tiempo para rectificar, y actuar de forma acorde y proporcionada con el objeto de nuestro interés. Además, alguna de las soluciones propuestas (como las hacenderas supervisadas por especialistas) tiene mucho que ver con el tipo de solución urbana y perfil histórico que definen esta plaza. Qué bueno sería que empezásemos a comportarnos de manera congruente con lo que demanda el propio bien que deseamos proteger, y no como queremos actuar por la fuerza de la costumbre. O la de nuestro antojo.
Tercero: Quienes se han manifestado en contra tienen una sola intención: mantener incólume un entorno que valoran entre todos los que conforman su ciudad como uno de los más entrañables y particulares. Si hay otros intereses, ni son computables, ni por mi parte interesan al caso. Y por cierto, ICOMOS no apoyó (después de cuestionarlo) el proyecto municipal, sino que matizó sus primeras opiniones recomendando un cuidado y una forma de actuar que no se han tenido en cuenta aún. A las pruebas (a punto de ser eliminadas) cabe remitirse.
Cuarto: Ha quedado clara la ausencia de un diálogo franco entre las autoridades municipales y la ciudadanía. Un grupo numeroso de ciudadanos encabezados por nombres representativos de sectores culturales no han sido atendidos ni rebatidos. Y lo que es peor, no existen cauces para ello: ignorar ha sido la pauta. Como en la propia plaza, como siempre, se ha optado por dejar descomponerse la protesta, sabedores de lo que cuesta mantenerla, si acaso ensuciándola con alguna declaración mendaz de cuando en cuando.
Quinto: Algún periódico llegó a fotografiar a un ciudadano en silla de ruedas para justificar la necesidad de la obra. Indigno. Igual podría hacerse en cualquier bien histórico, exentos todos del cumplimiento de normas de accesibilidad por razones tan obvias como manipuladas en este caso concreto. La plaza del Grano no puede recorrerse con tacones de aguja, en silla de ruedas o corriendo. En todos los casos, puede admirarse. Y por fortuna, para ir a cualquier sitio de la ciudad no es preciso atravesarla, excepto si se vive en ella. Y para ese concreto caso hay otras soluciones.
Sexto: Se justifica a veces con que solo se tocarán las aceras, pero esa es la primera fase de un proyecto que nadie (nadie) ha dicho que no se vaya a ejecutar en su totalidad. Sobre todo una vez puestas las primeras vallas de obra. Además, las aceras son una de las claves de la plaza. Elaboradas casi artesanalmente con fragmentos calizos de antiguas placas, modeladas por el paso del tiempo, si son sustituidas crearán una franja nueva y diferente que rodeara el pavimento de guijarros como una cinta de seguridad: habremos convertido una plaza popular en un objeto de museo. El tiempo también pinta, afirmó Goya. Y ni se improvisa, ni se puede imitar.
Séptimo: La ciudad se llena de baches y grietas, y se van a gastar miles de euros en una intervención excusable. Pero eso no es nuevo. Acabemos con los precedentes: ¿qué obra de pavimentación o tratamiento físico de un entorno urbano ejecutado por iniciativa municipal merece la consideración de éxito estético en el último cuarto de siglo? Esa es la confianza que despierta una intervención en este lugar, un lugar de cuya excepcionalidad y delicadeza nadie duda... ¿Nadie?
Concluyamos: Claro que es política, señores. Una forma de hacer política que, por desgracia, sigue varada en modelos arbitrarios y rancios. Un estilo de intervención que también atañe a la participación ciudadana en la vida pública. Es política, pero no debería ser esa política, que subsiste de mezclar la paja y el Grano. Pobre plaza pobre.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, fuera de la serie de los sábados, el domingo 5/2/2017)

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