viernes, 23 de diciembre de 2016

Happening



 
No dejo de mirar las fotos del embajador ruso en Turquía tendido en el suelo y su asesino en pie, empuñando el arma, y pensar que estoy ante una obra de creación contemporánea, una escultura hiperrealista como las de Mueck, Segal, o Juan Muñoz, o, más aún, un happening llamado a concitar la sorpresa de los visitantes que al fondo observan intimidados, y a la vez a retratar este inicio de siglo con toda su veracidad y su crudeza. Sé bien que a esa falsa impresión contribuye que el suceso tuviera lugar en una galería de arte, cuya pared blanca, ornada por fotografías colgadas algo torpemente, sirve de pertinente telón de fondo a este zarpazo visual que el vídeo de los hechos, por otro lado, depaupera. El estatismo que las fotografías prestan a ambos personajes igualmente trajeados y contrastadamente dispuestos, consigue un distanciamiento de preparativo teatral, que tal pareció en un primer instante a su autor, el audaz reportero Burhan Ozbilici, como si un suceso así no fuera verosímil, ni factible grabarlo con esa pulcritud, precisamente hoy día en que nada escapa al ojo público que llevamos en el bolsillo. Pero hay más. Los dos hombres adoptan actitudes simbólicas opuestas: el viejo yace inanimado con los brazos abiertos, como crucificado a la tierra con una quietud mansa, definitiva. El joven se tensa erguido, las piernas abiertas y la pistola aferrada con ambas manos, blandiéndola contra alguien a quien no vemos: una acción solidificada, incisiva y latente; de una violencia pura.
Como imagen artística quizás resulte maniquea y escueta, pero sus referentes, exégesis y relaciones con el mundo que construimos permiten especular acerca de sucesos que se ramifican en todo el planeta. Por su parte, en Berlín, un mercadillo de Navidad (nótese el ligero oxímoron) ha sido masacrado por un camión suicida y en otra foto, el abeto con la estrella en su cúspide ha caído junto a la fúnebre caja del vehículo. Concluimos este año con estampas desalentadoras.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 24/12/2016) 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Grupo



 
A todos nos ha pasado alguna vez: vamos tranquilos o azorados por la vida y, para animarla o aturdirla, nos meten, de pronto y sin aviso previo, en un grupo de WhatsApp (o guasap, que dirá la Academia). Navidad es tiempo de grupos de estos, entre otras calamidades. Y entonces, como si el mundo reseteara de nuevo, se desatan la incontinencia de unos, la ira de otros, las indiferencias y los amores… Mientras tú, que ni quisiste ni rebatiste, no sabes bien qué hacer, cuándo borrarte, cómo hacerlo a hurtadillas sin que nadie se percate, sin que le parezca mal a nadie, sin que les parezca siquiera bien…
Cuando sucede, me pregunto qué ocurriría en un grupo creado con gente conocida, los políticos del país, por ejemplo, que así dejarían el edificio del Congreso de los diputados para las visitas turísticas, ya que las cotas del debate parlamentario no merecen tanto. El grupo lo montaría Montoro, por aquello del control. Para quedar bien, nombraría a Rajoy administrador, a sabiendas de que no administraría. Ni siquiera se daría cuenta de que lo han añadido hasta mucho después. Soraya incluiría inmediatamente todos los teléfonos en su agenda, mientras Espe preguntaría quién demonios ha autorizado a nadie a meterla ahí, pero no lo abandonaría. Albert Rivera prodigaría caritas sonrientes por cada mensaje. Iglesias y Errejón aprovecharían el foro para entablar una interminable diatriba que a nadie más interesaría, su subgrupo. Susana Díaz esperaría a que se borrara Sánchez, y viceversa: ninguno de los dos haría nada en consecuencia. Los catalanes repetirían incesantemente que si les siguen mareando, se borran del grupo. Y los vascos advertirán que no se van, pero que no por eso se piense nadie que pertenecen al mismo. Aznar exigiría que lo incluyesen para darse de baja al instante y formar otro, en que solo él estuviera.
Al otro lado del océano, Trump va a crear un grupo en el que estaremos todos. Y cuidadito con borrarse, que se enterará. Y te añadirá otra vez.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon el 17/12/2016)

domingo, 11 de diciembre de 2016

Defraunación



 
“Ten en cuenta que yo te pago tu sueldo” y sus diferentes variantes es uno de los comentarios más frecuentes y majaderos que escucha un funcionario público. Aparte de las ganas que hay que aguantarse para no arrojarle a la cara al necio que lo profiere una monedita, más que nada porque no existe ninguna de curso legal de tan ínfima cuantía, el hecho cierto es que los funcionarios también pagan el del que tal cosa afirma. Todos pagamos lo de todos: en eso se basa un país y una nacionalidad, no en himnos ni en banderitas o las proclamas de españolidad o antiespañolidad, cargantes y fatuas por igual. Por eso resulta tan ofensivo que, mientras se reclama diligencia funcionarial u otra pertinente aplicación de los recursos de todos, no suceda nada cuando esos recursos son hurtados a gran escala por procedimientos oscuros y hasta ilegales. Que Cristiano Ronaldo cobrara 150 euros por cada cromo que firmaba puede resultar desquiciado, pero ya lo hemos asumido como propio del perturbado negocio planetario del futbol. Pero que estemos empezando a admitir que no suceda nada si no paga lo que nos debe a todos, que pese a trabajar y ganar aquí su “nación” sea allá donde menos pague, resulta repulsivo. Pero no es el único. Trump ganó la presidencia después de admitir que había engañado al fisco de su país durante años. El Partido que gobierna en España pagó en negro y chanchulló con una caja B durante décadas, según varios autos judiciales. La VW, además de estafarnos, nos va a costar una multa (que esa sí, pagaríamos todos), porque nuestro gobierno no les sancionó: tal vez se reconoció entre pares. Y así con los Apple, Google y demás compadres. Cachitos de rapiña y cromos.
Así que, ya saben, cuando voten, compren coches, ropa, comida, paguen la luz, el teléfono, vayan al estadio, vean la tele o enciendan el ordenador, o acaso se crucen con Messi o Xabi Alonso, pueden pensar que el sueldo se lo pagamos todos. Pero no pregunten de dónde son los que lo ganan.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 10/12/2016)

domingo, 4 de diciembre de 2016

Ocasión



 
A poco que se haya estado atento al panorama cultural se reconoce de inmediato que las pasadas décadas fueron pródigas en la proliferación de museos y la habilitación de monumentos para la visita pública. Quizás demasiado, pues a veces se envolvieron y se encubren con tales nombres operaciones de dudosa legitimidad y exiguo aporte cultural. Sin embargo, y dejando aparte la congruencia de plantear otra infraestructura cultural, atendiendo solamente a su oportunidad y viabilidad, llama la atención cierto vacío y flagrante desatención hacia una parte crucial del patrimonio leonés, tanto mueble como inmueble. Me refiero en este último caso al edificio Botines, sin duda el gran postergado -¿deliberadamente?- del acervo cultural ciudadano, olvido más llamativo aún si consideramos que la disposición (y explotación) de una arquitectura gaudiniana resulta a todas luces, y a escala planetaria, tan envidiable como exclusiva. Más en este caso, a la espera poco más que de abrir la puerta.
Y respecto al patrimonio mueble, viene a la cabeza de inmediato la colección artística del propietario del edificio citado, antigua Caja España, ahora no sé bien qué. El reciente éxito de la exposición de parte de la colección artística de una extinta caja no debería dejar de recordarnos que la antaño caja leonesa posee una si no tan afamada sí soberbia colección de pintura y escultura, de los dos pasados siglos en especial, fruto de una actividad longeva, no siempre bien dirigida (y digerida) pero de resultados contrastables y pendientes de verificar públicamente en toda su extensión.
La fluida alianza que ambos recursos culturales podrían producir –una colección y un edificio de entresiglos - daría lugar a uno de los museos más relevantes de la región y aún del país en su ámbito, recuperando patrimonialmente tan distinguida casa y enseres tan acordes en una conjunción redonda. En otra ciudad quizás debatieran cuándo y cómo; en otro lugar sería una gran ocasión. ¿Lo será aquí?
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/12/2016)