domingo, 31 de julio de 2016

Multa



 
Imagínenselo. Van ustedes en un autobús de línea, encomendando su futuro inmediato y su destino a un desconocido que lo conduce porque se le supone capacitado para ello y responsable de una forma de comportarse previamente conocida y reglamentada: es su oficio y usted ha escogido su empresa para viajar. Sin embargo, infringe las leyes de tráfico y circula a velocidad desmedida, provocando situaciones peligrosas que, pese a causar desasosiego entre los pasajeros, afortunadamente se resuelven sin mayores accidentes. No obstante, los agentes de tráfico han detectado las infracciones y proceden a cursar la correspondiente multa. A su juicio, ¿Quién debería pagarla? No tienen duda, ¿verdad? Pues no está tan claro como parece. Cambien ustedes al pasaje por los ciudadanos de un país; al conductor del autobús por el gobierno de ese país y a la guardia civil por las autoridades europeas, y la multa la tendríamos que pagar los que viajamos en el autobús.
Las multas son una medida coercitiva habitualmente en forma de sanción económica no progresiva, como el IVA. Es decir, paga igual el que tiene mucho que el que no tiene ni chavo. De ahí que algún futbolista, entre otros acaudalados dueños de coches de lujo, se permita alguna que otra infracción. En resumen, pueden convertirse en una especie de tarifa para hacer barbaridades. Muchas grandes empresas prefieren pagar antes que cumplir, pues con algunas normas sale más barata la multa que la ley, alentando la sospecha de que ésta esté concebida para los de siempre. Pero hasta ahora no era común que la propia multa fuera a parar a los que no han hecho sino por cumplir la norma, esforzarse al máximo y sufrir incluso a causa de una regla que, injusta o no, han respetado. De ahí que los agentes sancionadores, magnánimamente, hayan decidido perdonarnos esa multa a todos. Pero, ¿a quién se la perdonan? ¿Al infractor? Me temo que sí, que se la han perdonado al gobierno, aunque la fuésemos a pagar todos. Son tan colegas.
(Publicado en La Nueva Crónica de león, el 30/7/2016)

domingo, 24 de julio de 2016

Abandono



 
Lo comentó ya Julio Llamazares el pasado fin de semana, confirmando la perspicacia del libro de Sergio del Molino, “La España vacía”. Porque sucede que se nos llena la boca con excelencias culturales y monumentales, con pasados gloriosos y testimonios de crónicas pomposas, que enseguida peatonalizamos y llenamos de letreritos; nos hartamos de patrias y naciones que no acabamos de definir salvo en el provecho de quienes las jalean, pero la mayor parte del país está desierta, fea y solitaria. Vacía, como ha detallado lúcidamente.
Una España vastísima, además de sola. Abandonada a su suerte desde que el desarrollismo hizo de ella el patio trasero de la historia, desde que el campo se convirtió en postal sepia para bucólicos domingueros y ecologistas cabreados. El país que sirve de horizonte desvaído a las ventanillas de nuestros coches y trenes de alta velocidad, que se deja partir por la mitad dócilmente por autovías, líneas férreas y decisiones políticas, el que maltratamos a la mínima ocasión, del que nos mofamos y donde apenas se puede enviar un whatsapp; allí donde se consume una generación a golpe de sintrón y de tute. Un país afrentado, además, cada vez que se le dedica una atención tan reglamentaria como desdeñosa: se arrancaron de cuajo sus antiguos caños, arboledas y poyetes para que alguna caja de ahorros envileciera la noble plaza del pueblo con algún banco de hormigón prefabricado y una fuente de diseño de algún creador provincial; ahora se subsidia una economía agrícola sospechosa, con aire de inservible, y se promueven abandonos o replantaciones que desdoran el campo y lo deshonran como un estorbo.
Ese país que no queremos mirar retrata nuestra apatía hacia lo que fuimos y, tal vez, somos. Ese país no es patrimonio de la humanidad, ni siquiera de una parte de ella, porque no tiene más belleza que la que le arrebatan la incuria y el desdén y que de vez en cuando aflora en la esquina de algún atardecer veraniego, recordándonos el ultraje.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 23/7/2016)

domingo, 17 de julio de 2016

Animales



 
Esta mañana temprano, en una recta de la carretera vecinal que me trae al trabajo y cerca ya de la ciudad, un jabalí ha cruzado por delante de mi coche a un trote ligero, en una zona despejada de vegetación. Era un ejemplar adulto y fornido, que apenas ha apresurado el paso cuando ha notado mi presencia, pues yo no circulaba muy rápido, disfrutando del frescor de la madrugada con la ventanilla abierta y sin prisas. Ha sido fascinante. Durante unos instantes he detenido el coche sin casi percatarme de ello y lo he contemplado hipnotizado por el despliegue de unacualidad casi olvidada que solo puedo describir con el término naturalidad. Su corpulencia y el barrunto de una ferocidad recóndita; su ligereza empero, en una carrera ágil que levantaba minúsculas polvaredas en cada pezuña y parecía golpear lo justo, ni más ni menos que lo necesario para mantener un ritmo ajustado alrelieve del terreno, la indiferencia prevenida ante mi presencia, el aire de dominio, de señorío respecto al lugar que recorría, la gravedad que emitía su mera estampa, una amenaza sutil pero enérgica, un “estoy aquí, aunque me ignores: este es mi territorio”. Quizás no exista espectáculo más antiguo y genuino que la contemplación de un ser vivo en libertad. Hechizó a los humanos de Altamira, y lo sigue haciendo.
Estamos tan familiarizados con los portentos tecnológicos que hemos prodigado por doquier, tan aferrados alentornoilusorioy a menudo infantil que levantamos para nuestra protección, que olvidamos la existencia de un mundo real y corpóreo, muy anterior al nuestro y del que somos simplemente, unos exiliados. Intentamos convertir ese reino sin tronos, el reino animal, y el de la naturaleza en general, en un mero escenario para nuestrosantojos de excursionista, un invernadero para nuestras cuitas de jardinero o una simple despensa siempre henchida, hasta que un animal salvaje nos recuerda, con su otredadrotunda e involuntaria, la dimensión de nuestro lugar en el mundo.
(Publicado en La Nueva Crónica de Léon, el 16/7/2016)

Estrellas




Nos roban todo. A todos. Constantemente. Sólo así se explica que el uno por ciento de la población amase una fortuna que equivale a la del resto (dato de Oxfam). ¿Cómo comenzó esta injusticia a gran escala? ¿Dónde empezó este expolio global? ¿Dónde encontrar el cabo del hilo de este laberinto que nos atrapa sin escapatoria? Quizás en que empezaron por despojarnos de los bienes naturales que deberían ser patrimonio de la humanidad. Esos sí, y no tanto edificio histórico que, por cierto, también nos roban (la mezquita cordobesa, por ejemplo). Nosdesvalijande cosas que nos pertenecen por derecho de nacimiento: como el petróleo,nacido de la pudrición de sedimentos en eras remotas, que debería ser un don, una herencia otorgada a la humanidad entera. Perosimplemente es un manantial de riqueza para las grandes compañías que nos lo venden. Como los peces del mar,las playas, las montañas, el sol, el agua que necesitamos beber.... Al proverbial indio americano le robaron tierra, cielo y aguas con escritos que no era capaz de leer. A él acabaron por exterminarlo, a nosotros nos mudaron en “consumidores”.
Hace unos días leía esta noticia: un tercio de la población mundial no puede ver la Vía Láctea. No tiene opción de disfrutar de una noche estrellada desde el lugar en que vive porque las luces artificiales sofocan su fulgor con uno más pedestre y grosero, a la altura de sus emisores. Otro robo. Nos quitan las estrellas del firmamento, justo el paisaje que nos ayuda a comprender nuestra dimensión, justo aquel que sirve para orientarnos en tantos sentidos…Pero nadie pagará por ello.El cielo también es propiedad suya, lo llenan de satélites, de cámaras y ondas, de basura. Y nos hurtan el mayor espectáculo de la tierra. Si alguna vez fuimos la materia de nuestros sueños, estos cada vez son más ramplones y nos los están robando, lenta pero irremisiblemente. Al noventa y nueve por ciento de todos nosotros. Al menos este verano procuren recuperar la noche.

Medianía




Antaño lo definió en su incisivo estilo y con todo detalle el profesor de la Universidad de Pontchartrain, doctor TheloniusGillespie, en su clásico opúsculo en ochenta volúmenes “De todo un poco (y todo por fastidiar)”: el nuevo hombre, el nuevo líder ha de ser el macho delta, sustituto inopinado pero inevitable del macho alfa en las sociedades humanas evolucionadas. En su día tales aseveraciones le valieron la reprobación de la comunidad científica, empeñada, claro está, en la preservación del orden establecido, en este caso del orden alfabético, que además esel único orden arbitrario no cuestionado por ningún movimiento estudiantil. Pero el doctor Gillespietenía razón, y la realidad ha acabado por otorgársela. Tras el fracaso histórico y civilizador del alfa, con su empacho de testosterona y su liderazgo pertinaz, al macho beta le pasó lo que al vídeo epónimo: ars longa, vita brevis. El beta tenía un destino, convertirse en alfa, ypor ello su extinción resultasegura.
El macho gamma, por su lado, se vuelve verde esmeralda a la mínima contrariedad, y desgarra mucha ropa: su futuro esromper cosas. Entramos, pues, en la era del delta: la apoteosis delmediocre, un personaje majadero en general y metepatas en particular cuyas crípticas expresiones devienen dignas de exégesis; un ser inane que acciona los mecanismos del apocalipsis sin querer: un Homer de carne y hueso. La consagración de la medianía. Varios casos en activo harían las mieles de don Thelonius (David Cameron, Mariano Rajoy...) Hasta el mismo Iglesias, de tanto hacerse ora el alfa ora el gamma pretende ahora parecer más delta que nadie (camaleón él, seguro que leyó la obra del sabio de Luisiana…).
Nota: hablamos de “machos” como noción etológica, por supuesto. Aunque el docto TG habitó una época a la medida del cardenal Cañizares, sus teoremas salvan las discriminaciones de género. Susana Díaz (por poner un caso) podría ser un beta de libro sino fuera porque es un alfa de manual.