martes, 12 de abril de 2016

Conservatorio



 
Las dos carencias tradicionales más notorias de la formación cultural de los españoles frente a sus conciudadanos europeos, fueron desde siempre, y casi desde el siglo XVI, la que afectaba a los idiomas y la que tenía que ver con la música. Ha habido que esperar hasta el siglo XXI para que ambas comenzaran a enmendarse con lentitud pero sin remisión. Las nuevas generaciones cantan en inglés, no en ese idioma inventado de nuestra infancia, ven series en versión original, y viajan y chatean con colegas del otro extremo del mundo sin complejos. Y muchos de esos chavales saben leer una partitura y tocan un instrumento y, aunque no acaben siendo músicos, entenderán de música y, por ello, serán personas más afortunadas.
En León tenemos suerte en ese sentido. Desde hace décadas, y más en las dos últimas, la afición por la música ha dado lugar a un panorama de agrupaciones y citas sin parangón para una ciudad de su tamaño, pese a que mucho de ello quepa atribuirse a iniciativas lejos de las alharacas y decepciones de lo público. Del ciclo de músicas históricas, los festivales de música española, de órgano, las Juventudes musicales, la JOL, Eutherpe … al Purple o el reciente Tesla (me olvidaré de alguno, mis disculpas), ofrece la ciudad una efervescente oferta a la que solo falta consolidar el aprovechamiento de sus infraestructuras (el Auditorio en especial) y, sobre todo, la puesta al día de sus maltrechos centros de enseñanza, tanto la Escuela municipal, perpetuo “okupa” del vetusto Colegio de Huérfanos Ferroviarios que sirve para rotos y descosidos, como, en especial, el Conservatorio, edificio añoso y, en ocasiones, inhábil por falta de adecuación y accesibilidad. Pero he aquí que, de pronto, sin saber cómo ni de dónde ni por qué, como un despropósito absurdo digno de una comedia de Dario Fo o de una película de Berlanga, se anuncia la iniciativa de encajar esa enseñanza básica de la ciudad, de cualquier ciudad, en los bajos del campo de fútbol (nota: campo de fútbol, que estadio tampoco merece llamarse), junto (para más escarnio) a la delegación de Educación.
Aparte el sentido común y cualquier otro sentido, el hecho simbólico (no menor: la arquitectura y el urbanismo son disciplinas eminentemente simbólicas), no deja de retratar un tiempo, la época en que se dilapidaba para construir monstruos inútiles de hormigón con los que ahora no sabemos qué hacer. Y no deja de revelar una determinada manera de entender las cosas. Y qué manera. Aunque también está la cuestión patrimonial, por supuesto. Cuando alguien propone algo tan fuera de lugar, cabe observar el movimiento que se produce fuera de foco, como en el ajedrez. ¿Qué se propone para el edificio que queda vacante, para el viejo conservatorio? Se dice que se reformará para acoger una “sede administrativa” de la Diputación para la que -añaden- hay prisas, eliminando de paso un alquiler gravoso para la Junta. De primeras hasta parece lógico. Pero de una lógica perversa en que las administraciones se comportan como propietarios celosos de sus predios, frente a otras administraciones que hacen lo propio. Y no. Esas posesiones son de todos, de los ciudadanos, y están encomendadas a ellos para servir al mejor fin. De ahí que sea ridículo que se cobren alquileres entre ellas si prestan un servicio necesario, y que sea contraproducente que pugnen o negocien para que “se lo devuelvan”. Con este tipo de comportamientos no sólo las diputaciones sobran.
Por otra parte, si uno se para a pensarlo, muchas alternativas se ofrecen para subsanar la carencia de conservatorio digno, situación poco comparable con otras capitales de provincia, o con el excelente conservatorio de Ponferrada, por poner un caso cercano. Desde la ahora arrinconada edificación de un centro de nueva planta, para el cual se reservó una parcela bien situada -¿qué pasará con ella? ¿quién la reclamará?- cuando la bonanza económica auguraba una solución estándar, hasta posibles alternativas como la remodelación y ampliación del viejo inmueble que lo acoge hoy. Recuerdo a la sazón como el Ayuntamiento de entonces se opuso a la edificación de un fenomenal museo de nueva planta en el solar de la calle Santa Nonia, con la excusa de que era un gran emplazamiento para otra cosa más útil, un centro comercial se dijo. Ahí sigue el solar, estacionando coches, esperando, tal vez, servir para la ampliación del conservatorio actual… Por otro lado, la vinculación de este proyecto de nuevo Conservatorio (y de la Escuela municipal, no se olvide) con el fallido -¿o durmiente?- proyecto del Emperador como centro de estudios musicales e históricos, con la programación (también fallida o durmiente) del Auditorio y con los numerosos acontecimientos que a lo largo del año (este sábado hubo uno en la catedral) hacen de la música seña distintiva de esta ciudad, a veces pese a los que la gobiernan. Una idea tonta me sobreviene para terminar, y con la misma y nula deliberación la expongo: ¿por qué no el Conservatorio en el Palacio de Congresos? Al menos sabríamos para qué ha de servir, no como el “estadio”.
Sin embargo, el mayor de los desatinos ha sido una vez más haber tomado esta decisión sin consulta previa alguna con la comunidad educativa, provocando que se pusiera en pie de guerra unánimemente. El Consejero se ha apresurado a convocar una reunión informativa para explicar esta decisión, pero ¿no debería ser al revés? ¿No cabe consultar antes de tomarla en vez de explicarla? ¿Es esta la “nueva política”, la del contacto con la ciudadanía y los afectados? ¿Qué fue de aquellas buenas intenciones que sin duda resurgirán de cara al 26J? A León se hace falta un conservatorio; a sus mandatarios, un conversatorio
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/4/2016, de forma excepcional, un martes)

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