domingo, 24 de abril de 2016

Cervantina



 
Adivínase el alba, fiel Sancho, de un nuevo siglo lleno de venturas para estas nuestras aventuras y he aquí que deseo decirte que hoy, como en aquellas esforzadas y gloriosas jornadas, paréceme tan necesario o más que entonces el brío de las cosas de caballería y buen gobierno, pues a cada paso voy notando que nada ha cambiado aunque haya cambiado tanto. No hay sino que fijarse en las pugnas y diatribas a propósito de los despropósitos que estos días se tienen por esas tierras leonesas, por cosa de poner las cosas donde no han de ser puestas, incumplir palabras y hacer oídos sordos, así como otros tuertos dignos de ser enderezados. Y dígote más, buen escudero, pues a mayores de los trabajos propios de lances desiguales, se dejan ver quienes se cobijan a la sombra del sol más cálido o retuercen arengas para aparentar ecuanimidades y hasta quienes, pasado el toro, blanden lanzas y gallardetes. Y más aún, que en estas fundadas pugnas se solventan no sólo viejas faltas no ajustadas de antaño, y de aquellos polvos estos lodos, como tú dirías, sino también nuevas y oscuras intrigas, propias de artes impropias de hombres de ley, contra las que cabe oponerse por la mera razón de la sinrazón que soporta su aplicación, tan discorde a la sensatez y ofensiva al entendimiento; porque no es bueno que los hombres decidan sin discurrir y compartir juicios con aquellos que se verán concernidos por tales decisiones, sean cuales fueren, y así, de tiempos antiguos y aun modernos es bien conocido que la razón no se rinde al que más puede, sino al que más y mejor razona. Y concluyo que siendo como es alta ocasión, no merece tanta atención como el consejo que de ella se obtendrá, mayormente si, como es a la sazón, los jóvenes observan y a poco la protagonizan, pues son ellos quienes tomarán lecciones della y sacarán, más allá de la lectura de nuestras andanzas, la enseñanza de todas ellas y aún otras: que los molinos han de ser combatidos, aunque sean gigantes. Vale.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 23/4/2016)

domingo, 17 de abril de 2016

Profesiones



 
Según dicen quienes saben, en los próximos años millones de puestos de trabajo desaparecerán por obra y gracia de la robotización; un cambio de paradigma laboral y estructural a escala de una pequeña revolución de esas que no cambian nada y lo cambian todo. Según añaden, el paro será inquietud principal de los ciudadanos y, por extensión, germen de conflictos en todo el planeta. Pero, lo cierto es que por mucho que pienso en ello no hago más que reconocer por doquier la necesidad de profesionales y trabajadores de los de siempre, de las labores de toda la vida. Más médicos, que atiendan como es debido a nuestras cada vez más envejecidas poblaciones, a los desatendidos enfermos… Más profesores. Más abogados en puestos de jueces, fiscales o defensores, para tanto pleito, tanto engaño y para que la justicia no se resuelva cuando sea injusto que lo haga por tanto aplazamiento. No hago más que constatar la necesidad de fontaneros, electricistas, albañiles… en todos esos lugares donde uno observa edificios, calles, industrias, instalaciones mal construidas o destartaladas, precisadas de un repaso a fondo, de una reforma, de una reconstrucción. De la evitación de la ruina.
Tal vez sobren ciertas profesiones, en las que en apariencia nada se dilucida que sea imprescindible, pero si se asoma uno al campo, faltan agricultores y tierras labradas; faltan cuidados al monte y pureza al agua, amparo a los animales, atención a los pequeños pueblos. Y si observamos la ciudad, otro tanto; patente en vías, instalaciones, servicios, ordenaciones. Y en la atención a las personas, donde más carencias hay, es donde las máquinas menos pueden servir. Pero nos dicen que los robots resolverán esto y lo otro… Da la impresión de que el mundo está a medio hacer, pero en lugar de rematarlo bien, de reparar lo maltrecho, nos parece más conveniente emprender un mundo nuevo, virtual y de mentiras. Uno en que sea menos comprometido cometer errores como dejar las cosas a medias.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 16/4/2016)

martes, 12 de abril de 2016

Conservatorio



 
Las dos carencias tradicionales más notorias de la formación cultural de los españoles frente a sus conciudadanos europeos, fueron desde siempre, y casi desde el siglo XVI, la que afectaba a los idiomas y la que tenía que ver con la música. Ha habido que esperar hasta el siglo XXI para que ambas comenzaran a enmendarse con lentitud pero sin remisión. Las nuevas generaciones cantan en inglés, no en ese idioma inventado de nuestra infancia, ven series en versión original, y viajan y chatean con colegas del otro extremo del mundo sin complejos. Y muchos de esos chavales saben leer una partitura y tocan un instrumento y, aunque no acaben siendo músicos, entenderán de música y, por ello, serán personas más afortunadas.
En León tenemos suerte en ese sentido. Desde hace décadas, y más en las dos últimas, la afición por la música ha dado lugar a un panorama de agrupaciones y citas sin parangón para una ciudad de su tamaño, pese a que mucho de ello quepa atribuirse a iniciativas lejos de las alharacas y decepciones de lo público. Del ciclo de músicas históricas, los festivales de música española, de órgano, las Juventudes musicales, la JOL, Eutherpe … al Purple o el reciente Tesla (me olvidaré de alguno, mis disculpas), ofrece la ciudad una efervescente oferta a la que solo falta consolidar el aprovechamiento de sus infraestructuras (el Auditorio en especial) y, sobre todo, la puesta al día de sus maltrechos centros de enseñanza, tanto la Escuela municipal, perpetuo “okupa” del vetusto Colegio de Huérfanos Ferroviarios que sirve para rotos y descosidos, como, en especial, el Conservatorio, edificio añoso y, en ocasiones, inhábil por falta de adecuación y accesibilidad. Pero he aquí que, de pronto, sin saber cómo ni de dónde ni por qué, como un despropósito absurdo digno de una comedia de Dario Fo o de una película de Berlanga, se anuncia la iniciativa de encajar esa enseñanza básica de la ciudad, de cualquier ciudad, en los bajos del campo de fútbol (nota: campo de fútbol, que estadio tampoco merece llamarse), junto (para más escarnio) a la delegación de Educación.
Aparte el sentido común y cualquier otro sentido, el hecho simbólico (no menor: la arquitectura y el urbanismo son disciplinas eminentemente simbólicas), no deja de retratar un tiempo, la época en que se dilapidaba para construir monstruos inútiles de hormigón con los que ahora no sabemos qué hacer. Y no deja de revelar una determinada manera de entender las cosas. Y qué manera. Aunque también está la cuestión patrimonial, por supuesto. Cuando alguien propone algo tan fuera de lugar, cabe observar el movimiento que se produce fuera de foco, como en el ajedrez. ¿Qué se propone para el edificio que queda vacante, para el viejo conservatorio? Se dice que se reformará para acoger una “sede administrativa” de la Diputación para la que -añaden- hay prisas, eliminando de paso un alquiler gravoso para la Junta. De primeras hasta parece lógico. Pero de una lógica perversa en que las administraciones se comportan como propietarios celosos de sus predios, frente a otras administraciones que hacen lo propio. Y no. Esas posesiones son de todos, de los ciudadanos, y están encomendadas a ellos para servir al mejor fin. De ahí que sea ridículo que se cobren alquileres entre ellas si prestan un servicio necesario, y que sea contraproducente que pugnen o negocien para que “se lo devuelvan”. Con este tipo de comportamientos no sólo las diputaciones sobran.
Por otra parte, si uno se para a pensarlo, muchas alternativas se ofrecen para subsanar la carencia de conservatorio digno, situación poco comparable con otras capitales de provincia, o con el excelente conservatorio de Ponferrada, por poner un caso cercano. Desde la ahora arrinconada edificación de un centro de nueva planta, para el cual se reservó una parcela bien situada -¿qué pasará con ella? ¿quién la reclamará?- cuando la bonanza económica auguraba una solución estándar, hasta posibles alternativas como la remodelación y ampliación del viejo inmueble que lo acoge hoy. Recuerdo a la sazón como el Ayuntamiento de entonces se opuso a la edificación de un fenomenal museo de nueva planta en el solar de la calle Santa Nonia, con la excusa de que era un gran emplazamiento para otra cosa más útil, un centro comercial se dijo. Ahí sigue el solar, estacionando coches, esperando, tal vez, servir para la ampliación del conservatorio actual… Por otro lado, la vinculación de este proyecto de nuevo Conservatorio (y de la Escuela municipal, no se olvide) con el fallido -¿o durmiente?- proyecto del Emperador como centro de estudios musicales e históricos, con la programación (también fallida o durmiente) del Auditorio y con los numerosos acontecimientos que a lo largo del año (este sábado hubo uno en la catedral) hacen de la música seña distintiva de esta ciudad, a veces pese a los que la gobiernan. Una idea tonta me sobreviene para terminar, y con la misma y nula deliberación la expongo: ¿por qué no el Conservatorio en el Palacio de Congresos? Al menos sabríamos para qué ha de servir, no como el “estadio”.
Sin embargo, el mayor de los desatinos ha sido una vez más haber tomado esta decisión sin consulta previa alguna con la comunidad educativa, provocando que se pusiera en pie de guerra unánimemente. El Consejero se ha apresurado a convocar una reunión informativa para explicar esta decisión, pero ¿no debería ser al revés? ¿No cabe consultar antes de tomarla en vez de explicarla? ¿Es esta la “nueva política”, la del contacto con la ciudadanía y los afectados? ¿Qué fue de aquellas buenas intenciones que sin duda resurgirán de cara al 26J? A León se hace falta un conservatorio; a sus mandatarios, un conversatorio
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 12/4/2016, de forma excepcional, un martes)

domingo, 10 de abril de 2016

Paraísos



 
Durante la mayor parte de su historia, los europeos habitaron un mundo hostil y menesteroso, acosado por las enfermedades, el hambre y la violencia. En medio de tales padecimientos y quizás para exorcizarlos, reprodujeron sus miedos mediante terribles imágenes del infierno, repletas de tormento y crueldad; mientras que sus esperanzas fueron a materializarse en el paisaje improbable de un paraíso dominado por el sosiego y la armonía.
Este año se cumple el quinto centenario de la muerte de El Bosco, pintor flamenco cuya obra más notoria se encuentra en nuestro país. En sus delirantes tablas pueden contemplarse las muy diversas formas que tales lugares imaginarios adoptaron a finales del medievo, sin duda basadas en experiencias históricas reales de una sociedad acosada por el temor y la ira. En nuestros días no es preciso que los europeos nos desplacemos a un templo o un museo para avistar los horizontes flamígeros y tenebrosos del tártaro. Gracias a la tecnología, nos permitimos el lujo de asomarnos a los infiernos de manera casi diaria e instantánea, desde los salones donde nos sentimos a salvo de sus llamaradas. En esos abismos televisados se ahogan, enferman, se angustian y suplican miles de personas que han arribado hasta llanuras estériles y embarradas huyendo de ejércitos inmisericordes después de un pavoroso trayecto en barcas como las de Caronte, en marchas por caminos desconocidos y lóbregos, ancianos y niños, mujeres y hombres; toda una nación de condenados. De allí serán arrastrados o empujados por otros ejércitos negros hacia la siguiente estación infamante de una maldición que quizás sea eterna, pues quizás dure lo que sus atormentadas vidas. Exactamente como en los cuadros de El Bosco. ¿Y el paraíso? ¿Qué fue de aquella ilusión? También lo vislumbramos por una pantalla, pero se compone de cifras y códigos, pues los únicos paraísos que quedan son fiscales. Donde solo ingresan quienes no se molestan por atravesar el ojo de ninguna aguja.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 9/4/2016)

sábado, 2 de abril de 2016

César




Aquí te lo digo, alto y claro: te echaré de menos César Alierta. Cada vez que coja el teléfono, tantas veces al día. Cada vez que mire la tele, algunos ratos al día. Cada vez que mire al cielo buscando uno de tus satélites -caiga sobre tales artilugios el poder de un dios iracundo- que me ampare y me permita unirme al mundo desde los vastos yermos que no contempla la cartografía de tus beneficios empresariales. Te echaré de menos como a tantos otros que se fueron, cabeza alta, bolsillo lleno, toreros ellos, en loor (y chanelado olor) de selectas compañas, con trompeteo y agasajo mediático y mucha flexión monaguillesca. O César o nada. Te estoy añorando ya y apenas acabo de percatarme de que no tengo tu número para agasajarte (tú sí tienes el mío, que lo sé, pero también sé que no eres de agasajos).
Has sido mi presidente de Telefónica preferido. Aunque debo confesarte que me encandiló Villalonga, aquel que vendió la empresa por encargo del gobierno. Desde entonces habéis prosperado mucho, se nota que os iba mal con nosotros. Ahora lo mismo nos compráis un día de estos a todos. O nos habéis comprado ya.
Y es que mira uno hacia esos que supuestamente mandan, los políticos, y los encuentra liados “por activa y por pasiva” en sesudos tuits y guasaps, en cargantes reuniones y declaraciones cansinas, un sinvivir, el desgobierno de no tener gobierno. Y entonces viene a la mente gente como tú, César: los que sí mandáis. No os votamos, pero ni falta que hace, qué atraso. Multinacionales, he ahí el Edén: sin fronteras ni refugiados; en lugar de recortes, dividendos; en lugar de ciudadanos, clientes: que si no pagan, desaparecen. La Sociedad de Naciones en un pueblo suizo, qué lujo. Y para el César lo que es del César, o sea, treinta y cinco millones y medio de euros (lo escribo en letra porque lo merece) en compensación, indemnización o como llaméis al sablazo. Te echaremos de menos, pedazo de César. Aunque tú, seguramente, no nos eches de menos a nosotros. Ave.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 2/4/2016)