domingo, 6 de marzo de 2016

ARCO



 
Íbamos y volvíamos en el día, en trenes y autobuses que entonces tenían apellidos (regionales, de línea), con la mochila sujeta por ambas tiras a los hombros y un bocata dentro, con los ojos abiertos como peces boqueando y el espíritu inquieto de las grandes citas, el de las ocasiones memorables que se saben memorables antes de que sucedan. Entrábamos en tropel, envueltos en una excitación voraz que no dejaba rincón sin escrutar, sala sin considerar, obra sin ser comentada. Acabábamos exhaustos pero felices, como después de celebrar nuestro bautismo en una religión llegada de tierras exóticas y sabias, y tan nueva y distinta que había de salvarnos a todos, tristes aldeanos crecidos entre barbarie y tinieblas. Regresábamos infectados del virus que había de mutarnos en seres trascendentes y, sobre todo, modernos, absolument, comme il faut. Allí no se vendía sino nuestra alma eufórica, virginal.
Se accede ahora tras cribas tecnológicas, códigos de barras, tarjetas plastificadas, cuarenta euros de tarifa. La mochila debe ir al guardarropa (tres euros más, el abrigo aparte). Dentro, la fauna que hace tres décadas tomó posesión de esta tierra de promisión, vaga displicente por los pasillos: feria de vanidades, de divinidades menores que caminan creyéndose reconocidos aunque nadie les mire. Aquí, un Mercedes Benz pintado por un artista indio (creo); allá, un chaval camina hacia atrás en gayumbos mientras otro dispone láminas de pan de oro sobre su piel desnuda. Les escolta una breve cohorte de periodistas, pero nadie más presta demasiada atención. La escultura de Cristina Iglesias le parece soberbia a todo el mundo, pero todos coinciden en que este no es su lugar, de hecho, su mérito estriba en que, en el interior de esta obra, se siente uno en otro lugar. Alguien bosteza, alguien camina apurado hacia uno de los muchos bares, alguien fuma a escondidas en el baño. Es ARCO, la feria de arte contemporáneo más grande del país. Y sí, la feria sigue siendo grande.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 5/3/2016)

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