sábado, 14 de marzo de 2015

Erostratismo



 
A la comunidad internacional (si hay algo que sea eso), le espanta que las huestes de Daesh (de Isis o como quieran llamarlo) hayan metido las excavadoras y los martillos pilones en el corazón de las viejas ciudades de Mesopotamia, en el paisaje que conoció el alba de nuestra civilización. Como si no fuera previsible algo como esto por parte de unos bárbaros que cortan cabezas y lo graban para exhibición pública. Y si más sale por televisión tamaña infamia, más destrozos harán.
Desde que el mundo es mundo, la iconoclasia caracteriza el dominio político emergente sobre un nuevo territorio: la eliminación de símbolos y la destrucción del otro definen cualquier poder y son directamente proporcionales a su grado de despotismo. De ahí esta saña. Pero en estos actos hay, también, resentimiento. El de quien quema libros, el de quien aplasta algo bello y frágil, el de quien no sabe hacer algo y no es capaz de entender su sentido.
A nivel individual este fenómeno se conoce como el síndrome de Eróstrato, un pastor griego que buscó la notoriedad a costa de destruir un legado único, el templo de Diana en Éfeso. Aparte de su odio, su ignorancia y su desdén, he ahí el objetivo de estos salvajes: pasar a la posteridad como agentes de destrucción de algo irremplazable; no como creadores, sino como parásitos de la creación. Fagocitar la fama inmortal de un lugar para existir en ella eternamente, bajo la vitola de ser su liquidador. Como el magnicida, el calibre del acto ha de otorgar a su nombre un renombre eterno. El de Eróstrato intentó silenciarse tras conocer su propósito: es evidente que no se logró.
Pero dejando aparte lo dañino y monstruoso, incluso con todo lo alarmante que resulta, me inquietan más las destrucciones de patrimonio perpetradas por quienes sí dicen respetarlo. Aquellos otros, que se definen a sí mismos como exterminadores y niegan cualquier forma cultural que no sea la suya (lo que la convierte en simple salvajismo), solo merecen desprecio. 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 14/3/2015)

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