El corazón de
Europa es una caja de caudales.
En una famosa
escena de El tercer hombre, Harry
Lime (Orson Welles) comenta que, bajo el desgobierno de los Borgia, Italia alumbró
el Renacimiento, mientras los suizos, en quinientos años de paz, sólo inventaron
el reloj de cuco. Relojes no sé, pero cucos sí son. Convertidos en satrapía de
la riqueza, comercian con el dinero y, sobre todo, con el secretismo, el sigilo
y la opacidad, como si tener dinero fuera tener algo ilegítimo. Perdónenme,
pero la ecuación dinero y secreto sólo se despeja con la palabra fraude.
Fíjense en Botín,
aquel faro de los negocios, empresario modélico, cuyo fallecimiento motivó
ditirambos por doquier en los que nadie recordaba la lista Falciani. Y
mientras tanto, Suiza persigue a don Hervé por haber hecho públicos datos
bancarios de posibles escamoteos a los ciudadanos. O el Reino Unido, gastando
trece millones de euros en custodiar la embajada de Ecuador para que no escape
Assange, el revelador de secretos. El mundo al revés.
Suiza, uno de
los países más prósperos del mundo, atiborra sus bancos con un dinero, por
poner un ejemplo, procedente de unos pocos griegos, que la gran mayoría de los
griegos después deberá pedir prestado. Los europeos (del sur, de momento...) se
desangran en una descapitalización que liquida las conquistas sociales para
convertirlas en negocios. Y los sinvergüenzas que hacen esos negocios a menudo cruzan
los Alpes como la familia von Trapp, de la mano, con una sonrisa en la cara, silbando
cancioncillas, la cartera pegada al pecho. En una suerte de sálvese quien
pueda, huyen como si este cansado continente ya no tuviera remedio ante el
desplazamiento de los pingües beneficios a lugares bien lejanos. Abandonan el
barco como capitanes del Costa Concordia dejando atrás a un pasaje
aterrado y una tripulación inútil, políticos despojados de poder, un poder
cuyas migajas se sisan en la caja fuerte que hemos colocado en el centro mismo
de nuestra vieja geografía.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 14/02/2015)
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