domingo, 25 de enero de 2015

Ventilación



 
La mayoría de los edificios que prescinden de las ventanas lo hacen con la intención de persuadirnos de que no necesitaremos el mundo exterior, al menos por el lapso en que nos ofrecen un sucedáneo. Centros comerciales, museos, teatros y cines, etc. carecen de ellas porque sustituyen la realidad por un escenario paralelo y lenitivo, destinado a satisfacer nuestras ansias de evasión mediante la habilitación de entornos menos exigentes, más livianos y beatíficos o más concentrados. A esos mundos se accede con facilidad, pero desde que ponemos allí el pie se nos prohíbe pensar que todo prosigue fuera, tal parece que fuéramos repudiados si salimos de ellos aunque sea un minuto. No nos planteamos que el exterior sea más apasionante: hemos llegado hasta allí y la visita debe merecer la pena, aunque nos cueste (he ahí el truco), dinero. Pero, por fortuna, permanecemos dentro apenas un rato y al salir, aunque un ligero desengaño nos invada, notamos cierto alivio.
También existen organizaciones humanas que se conciben o acaban por ser cerradas en sí mismas, sin ventana alguna. Y, entre ellas, los partidos políticos se han convertido en lugares opacos, en los que, a diferencia de los anteriores, se entra, pero cuesta salir (como en ciertas mafias). En el interior domina una sensación de acogedora impunidad y florece un mundo prepotente y fatuo, apartado de la realidad por simulacros construidos mediante consignas, proclamas y obediencias. Si no se sale hacia estancias igualmente cerradas (direcciones empresariales que se comportan tal cual), se sale de muy malas maneras. No se abren ventanas en ellos. Eso explica el olor a podredumbre que de vez en cuando, en función de un aire acondicionado que resulta insuficiente, recorre sus pasillos y despachos y envuelve a sus dirigentes por mucho que clamen que han sacado la basura. La única manera de limpiar el aire es que todos salgan y dejen las puertas abiertas de par en par. Si no, aquello no hay quien lo ventile.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 24/1/2015)

domingo, 18 de enero de 2015

Disculpas



Ahora que el Profeta ha perdonado al hebdomadario parisino Charlie, y dejando totalmente aparte y más allá de estas líneas, por supuesto, la tragedia criminal acontecida, quizás no esté de más preguntarse por la actitud de nuestra prensa a propósito de eso precisamente. De los “perdones” que adeuda, las excusas que esquiva, las rectificaciones que hurta, los traspiés que disimula, los intereses ajenos que oculta y el daño que hace a quienes, justos por pecadores, se ven atropellados por sus rodillos inmisericordes que ensucian de negra tinta un día para mirar hacia otro lado al día siguiente. Instalados en estos tiempos de justas cóleras y cruzadas inflamadas, en este aluvión de podredumbre que hace cuentas con un pasado obsceno y acomodaticio, a menudo los titulares de prensa no discriminan, y más allá de los libros de estilo, arrinconados en polvorientos cajones de sastre, se vierte porquería sobre tirios, troyanos y adláteres con una ligereza carente de escrúpulo o responsabilidad.
No sería mala cosa que la prensa empezara a preguntarse sobre su papel en este gran ajuste de cuentas, en el que los satíricos libran más que los “serios”. Sobre su papel de antaño, sobre a quiénes encumbraron, quiénes protagonizaron las portadas complacidas y las fotografías risueñas de esos tiempos de Gatsbies de cercanías y quiénes (y por qué) se rindieron (y se rinden) a los pies de qué becerros dorados en cada titular, en cada lisonja, en cada investigación que entonces no quisieron o no pudieron hacer y ahora parece tan espontánea. Muchos se rasgan ahora las vestiduras como si pasaran por aquí casualmente y se sintieran ofendidísimos por descubrir juego ilegal cuando llevan tanto rato apostando en el mismo casino. No estaría de más que junto a cierta contrición hubiera un propósito de enmienda que les comprometiera con una profesión tan necesaria como meritoria. No estaría de más que comenzasen por reconocer algunos errores y por pedir disculpas; de vez en cuando. 
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 17/01/2015)

domingo, 11 de enero de 2015

Niebla



 
Esta semana nos engulló la niebla. Ahondados en su letargo, nos sentimos desorientados, como un ciego de improviso despojado de su espacio cotidiano y de su bastón. La niebla desciende sobre nosotros y nos traga como ese animal impreciso y formidable que es atmósfera de muchos mitos y tópicos, todos ellos turbadores. La niebla no sólo desdibuja los perfiles de las cosas y las hace evaporarse junto con el lugar en que se materializaban, también diluye el discurrir del tiempo, nos instala en un día sin gobierno solar, lechosamente inmutable, en una noche nacarada, poblada de soles equívocos, tal vez cualquier farola, cualquier errática y trémula luz. La niebla se filtra en nuestros cuerpos, más allá de nuestra vestimenta inútil y nos pulsa tendones y huesos como cuerdas de un instrumento desquiciado que tirita sin ton. Si nos quedamos parados, la niebla suspende y entumece nuestro entendimiento y encoge el panorama del mundo hasta hacerlo apáticamente miope y repetido, como si no hubiera un mañana ni un lugar distinto a este en que estamos, tan encogido y fútil.
Algo como esta niebla que embrutece, amedrenta y abotaga debe impulsar los actos de esos tipejos que son capaces de asesinar a sangre fría invocando una fe que si algo tiene de respetable y de común con las demás es precisamente la consideración hacia los otros, la predicación de una estima universal a todo semejante. Sólo una mente lixiviada y de sucia simplicidad ampararía tales actos pretendiendo argumentarlos. Por otro lado, sólo una bruma muy densa nos haría suponer que el Islam tiene algo que ver con esos canallas, aparte de ser su excusa. La misma excusa que antaño fueron los vascos para ETA, la misma que siempre buscan quienes matan, en un largo y nebuloso etcétera. Sólo una niebla glacial y falsaria, simulacro de una idea desvanecida, puede conducir a alguien a ejecutar tales crímenes o a justificarlos poniendo como coartada a un profeta muerto, a una religión antigua, a una creencia más.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/01/2015)

domingo, 4 de enero de 2015

Estreno



 
Hace frío tan de mañana. El primer día del año se despereza aturdido y sin ganas, resistiéndose a comenzar algo que nadie sabe dónde ha de acabar ni cómo. Las calles bostezan al vacío con resuellos de mala noche y en salir a pasear este día tan temprano existe una perversidad inocente, como de psicoanalista sin clientes que se entretiene en escudriñar a alguien sin ser visto.
Se camina con una determinación errática y uno tropieza en cada esquina con una calma que parece más bien el agotamiento del ruido, el eco de un estruendo que ya no volverá, como si ya no fuera posible que nada más resonase. A lo lejos, en un lugar ajeno e inalcanzable, una sirena de ambulancia entona un canto repelente que se pretende descifrar en vano. Alguien, en una calle desconocida, ha tropezado con unos cristales rotos. Los patea y maldice. Hay una vomitona en el suelo, revuelta entre serpentinas, y hasta un único y desolado guante se atreve a retar el paso de quienes osaran transitar por allí. Nadie lo hace.
Una pandilla de muchachos ebrios que tan pronto vociferan como enmudecen, se tambalea calle abajo, las corbatas flojas, la camisa fuera, la mirada vidriosa y levemente triste. Discuten sobre qué hacer a continuación, aunque saben que no harán ya nada, que no puede hacerse nada ya.
Si se coincide con otro solitario, se desvían la mirada y la senda. Cada paso que se da parece dirimir una cuestión tan antigua como estéril; cada perspectiva que se abre al caminar es una brazada más hacia un desconcierto de tan reiterado, acogedor. Se estaría mejor en casa, pero una cafetería quizás pueda hacer las veces. Sin embargo, pese a lo avanzado del día, el barrio parece tan yermo como en medio de la madrugada más oscura, aunque no una madrugada como esta última, en la que han brillado todas las luces que ahora se encuentran fundidas, agotadas, muertas. La sensación de haber extraviado algo no demasiado importante se cuela por todas las rendijas. Hace frío. Sigue siendo invierno.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 3/01/2015)