¿Han comprado ustedes muchas cosas? ¿Van a hacerlo? Háganlo,
por favor, gástense dinerito y levanten el país, que por lo visto sólo se
levanta así, gastando, gastándose un poco más a cada vuelta de tuerca. Todos lo
hacemos, al fin.
Recuerdo que al principio de la crisis, los apocalípticos y
los integrados rehuían las viejas soluciones monetarias: no hay remedio por ese
camino, decían, se trata de una crisis sistémica y su solución pasa por un
cambio de organización, de estructura, de hábitos de vida. Ha pasado el tiempo
y después del susto, como suele, ha venido la acomodación. Y no, no hemos
cambiado, sólo somos más pobres, ganamos menos, muchos ya ni ganan, y los
beneficios se han incrementado para quienes provocaron todo este desbarajuste y
la penuria de tanta gente, la rabia de tantos. Pero no, seguimos creyendo eso
de que hay que gastar para levantar la economía, que la economía sólo tiene un
arreglo y se basa en mover el dinero (hacia el mismo lugar) y consumir
productos desechables que agotan recursos finitos y dilapidan lo que otros
necesitan. Seguimos instalados en el pánico a los cambios, acostumbrados a la
desigualdad y el abuso, aplicando la máxima de gastar, que según la Academia
significa “deteriorar con el uso” y “destruir”. ¿Más claro?
Y todo ha de venderse. Las ideas no son buenas o malas, hay
que “venderlas”. Toda obra debe poder venderse para ser buena cosa; y si es
vendible, lo es, aunque sea una pura falsedad. El paradigma en nuestras agostadas
sociedades es el turismo, el último negocio: el del ocio. Y así escuchamos por
doquier que si vienen turistas, da igual por qué lo hagan, aunque sea pura apariencia
lo que ofrezcamos para atraerlos. Si compran lo que vendemos, qué importa que
sea una fullería: recogemos la mesa plegable, el tapete y nos vamos pitando. Qué
timo, qué truco de mercachifles. Dicen que antes Santa Claus casi siempre iba
de verde, pero viste preferiblemente de rojo para vender más Coca Cola. Feliz
navidad.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 27/12/2014)
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