No creo que vote
a Podemos, no me convencen (aún). Ni
me persuade su frescura, arrojo y la forma en que despabilan a los demás
partidos, ni me dejo (todavía) seducir por sus lemas y proclamas, tan candorosos;
ni por su ardor primigenio, falto de concreción. Culpa mía; quizás sea demasiado
suspicaz, demasiado antiguo y aprensivo....
Pero creo que les debemos reconocimiento. El ascenso de su tendencia y su
partido vuelve a demostrar la enorme distancia que separa la ciudadanía de este
país de su acomodada clase política, la brecha entre la madurez de una y la
estulticia de la otra, que empieza a amedrentarse ante la perspectiva de un
gran cambio. Es más, creo que, de confirmarse las previsiones de las encuestas,
el ascenso de Podemos demostraría que
el cuerpo electoral español, su sociedad, sigue aún confiado en los resortes
democráticos y siendo más abierto, progresista y demócrata que gran parte de
Europa, como casi siempre. Pese a lo que ha caído (tal vez por ello), creemos aún
en un sistema de libertades que funcione. Sólo así se explica que mientras en añejas
democracias como Reino Unido o Francia el desencanto y la frustración se
encaminan a partidos xenófobos y cavernícolas como el UKIP o la banda de Le
Pen, Pirineos acá contemos con una alternativa presentable de izquierdas que no
sólo canaliza anhelos colectivos como los del 15M, sino que, además, se empeña
en forjar una alternativa de gobierno que sea una nueva forma de hacer las
cosas, no la manera gastada y alarmante de esas formaciones reaccionarias o sus
semejantes. Podemos encauza el
desencanto hacia una opción política que no provoca vergüenza ajena, al
contrario: enorgullece a un país que es capaz de una opción positiva. Así pues,
gracias, Podemos, por ser capaces de
darnos otra oportunidad, de poner la ilusión de nuevo al alcance de las urnas y
dar esperanza a esa parte de la sociedad que no la encuentra en los partidos
tradicionales. No sé si os votaré, pero os estoy agradecido.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/11/2014)
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