Hubo una época, cercana
en el tiempo pero casi tan remota en lo anímico como el imperio macedonio, en
que invocar la tradición equivalía tanto menos que mentar a la bicha, un acto
de traición, retrógrado y cutre. La tradición debía ser transgredida, ignorada,
vencida y, al fin, apartada al altillo de los trastos viejos. La tradición olía
a naftalina y sabía acre, sentaba mal al cuerpo y a la mente. Hemos dado
otro golpe de péndulo y en nuestros días por todas partes se escucha eso de
“como manda la tradición” tal que fuera un argumento de peso, una verdad
incontestable, el definitivo aval de cualquier tropelía o bufonada del pasado.
Como si edades medias de cuento de hadas fueran los referentes para todo.
Porque, seamos sinceros:
las llamadas tradiciones servían a sociedades ya desvanecidas y sólo en ellas
tenían el sentido colectivo que calentaba la sangre en sus venas. Y no eran
conscientes de sí mismas como tales “tradiciones”. De ahí su deriva actual
hacia cierta empalagosa nostalgia o a gestos folclóricos amojamados de un
colorismo sepia y, en demasiadas ocasiones, de una rancidez casposa,
subvencionados las más de las veces para propiciar ingresos turísticos de
extraños y, otras, para disfrute (algo cafre a veces) de propios. Y así nos va.
Si no, no se
entiende que los poderes públicos promuevan torturas animales que despiertan en
nuestros paisanos actitudes de cabestros... Que hasta procedan a ampararlas
legalmente, mientras dejan a la mayoría de la cultura viva o en gestación (la
que afortunadamente tardará años en convertirse en fósiles tradiciones) en una
caída libre y fulminante, mermada por las cargas fiscales o ignorada por la
promoción administrativa. País de extremos. Puede que la tradición no sea una
antigualla inútil, pero tampoco es un argumento. Es un fardo que hay que
sobrellevar con elegancia y civismo y, de vez en cuando, sobre todo si no se soporta
su peso, soltar al pie de la cuneta para seguir caminando con determinación.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 20/9/2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario