Con furia
reaccionan algunos lacayos de la “casta”, calificativo que el líder de Podemos aplica con asiduidad al establishment político y económico del
país. Como si fuera concepto y nombre nuevos. Casta. Toda la vida hubo castas, pero
precisamente un sistema democrático y social está llamado a diluir sus límites,
a cuartear su estanqueidad mediante el aprecio de los más capaces,
independientemente de su extracción social, y la protección de los menos
favorecidos. Un país en que cada cual tenga oportunidad y un lugar en el mundo:
un país del que sentirse orgulloso ciudadano. Ese era el camino, pero la
balanza empezó a desequilibrarse hacia los de siempre, alojados bajo la
estructura caciquil y nepotista de los partidos políticos y sus camarillas,
aliados a la vieja oligarquía del dinero, la misma que lleva gobernando desde
que mataron a Viriato. La
casta. Esos tipos que, ganen o pierdan elecciones, ahí
siguen, imperturbables. Que se aferran a cargos y prebendas a golpe de riñón y de
codazos. Que, sin oficio ni aptitud, se alzan con canonjías y las exhiben,
impúdicos e irresponsables. Que ni se inmutan cuando oyen lo de casta, porque
creen que lo son, de forma natural y meridiana. La finca es suya y hacen lo que
les da la real gana. Para el debate están sus palafreneros. Esos que ahora
esgrimen la Constitución como si fueran los Principios fundamentales del
Movimiento, algo sacrosanto y descendido de los cielos en brazos de la diosa Transición. O
como un pimiento del Padrón, que unas veces se cumple y otras no (derecho al
trabajo, a la vivienda…). Esta generación no es aquella, señores, y no
reverencia pactos que no firmó o votó; los cuestiona y, llegado el caso, los
redacta de nuevo. Se llama progreso.
Y ahora se va el
Borbón que venía en aquel lote. Una autoridad cuyos privilegios de sangre se
heredan y transmiten indefectiblemente. Algo que ni es democrático, ni lógico,
ni nada. Pero... un Borbón sale y otro entra; sin más. Porque de casta le
viene.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 7/6/2014)
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