Empezó siendo
una novedad, como casi todo, pero una novedad con pulso, con enjundia, con
motivo. En aquella región de 1988 asolada culturalmente Las Edades del Hombre venían a revelarnos un patrimonio clausurado
bajo las sotanas, tan poco aventado como demasiado aventurado. Lo pulieron, lo
estudiaron y nos lo mostraron como diciendo: aquí está para quedarse. Y lo tomamos
como una buena nueva, porque aunque era verdad que también pretendían catequizar,
eso, aparte de legítimo (y lógico tratándose de quien lo promovía), se hacía
con elegancia y solidez, fruto de un pensamiento consistente y trabajado de
gentes que ya no están o se fueron después. Porque el proyecto se concibió
cerrado, como casi toda obra cabal: de Valladolid a Salamanca pasando por León
y Burgos: punto final y un buen recuerdo, el principio de unos nuevos
principios.
Pero de éxito se
muere. Por eso llegaron las prórrogas y las salidas (de tono y de tino), los despropósitos,
las prisas y las cuentas y los cuentos... Se olvidó el sentido y se aparcó el
compromiso. Como tantas veces tras un laurel. Así que ahí sigue, casi veinte
ediciones después, secuelas y epílogos estirados, convertida en estrambote de
sí misma, caricatura que puntual y cíclicamente retorna a los ditirambos de la prensa
local, vocera sufragada de los políticos que avalan desganadamente el sarao y
de los párrocos que se afanan por no perder esa comba. Las Edades del Hombre... hasta aquel bello título suena ya vetusto,
gastado.
Ahora es
oportunidad para las fuerzas locales (sea lo que sea eso) de salir en los
papeles en compañía de alguna figura de la baraja, y para seguir imprimiendo epítetos
rimbombantes y huecos. Y, también, un estorbo para la inversión en el
patrimonio regional, o para proyectos culturales que merecerían tener la
ocasión que ellos tuvieron. Si alguien presentase ahora una propuesta como
aquella de entonces, posiblemente le dirían, lo sentimos, estamos con Las Edades.
Pero es que ya no son edades.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 10/5/2014)
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