Euforia cofrade aparte (bendito dios sol),
recuerdo que días atrás se preguntaba Fulgencio en estas páginas sobre qué se
puede hacer para “rentabilizar” tanto como León dice ofrecer, qué hacer para
que vengan a ver más cosas, se queden más, gasten más. La respuesta no es
sencilla, y sí lo es a la vez.
No lo es porque el comportamiento turístico se rige por unos
patrones consolidados de difícil transformación, salvo eventos temporales de gran
presupuesto. No lo es porque la tendencia obvia es abaratar precios, y ello se
contradice con la propensión al aumento de, por ejemplo, las entradas de
monumentos (la catedral, cinco eurazos...
y San Isidoro, lo mismo: ¿cuántos redundan?). No hay en León estudios analíticos
sobre este particular, ni rutinas de coordinación de los recursos y agentes
implicados que permitan obtener mayores sinergias. Y he ahí el quid. Porque la respuesta es que hace
falta trabajo. Trabajo para ofrecer productos de calidad y cualificados. Al
turista de hoy no se le puede brindar cualquier cosa, por grandilocuente y
copetuda que parezca. Es turista, no tonto. Por ejemplo: ni el parlamentarismo
es tangible, ni el copón de doña Urraca factible, aparte de como la gran pieza
medieval que siempre fue (y aparte
cuartos y milenios). Lo que León tiene para ver, tocar y creer son otras
cosas, pero hay que trabajarlas. De poco valen ocurrencias, ideas sin
presupuesto, personal, equipo o preparación, clamores y rasgados de vestiduras
o fantasmas pucelanos a los que culpar. Si se quiere llevar a cabo un proyecto
serio, hacen falta años y dedicación para obtener frutos. Frutos que no son
inmediatos ni rumbosos. Son una lluvia lenta que acaba por empapar. Verbi gratia: el patio está revuelto
a cuenta del pretendido descubrimiento de algo que, en puridad, no ha existido
nunca. Una patraña. Sin embargo, mucha gente sensata acaba afirmando que da
igual, mientras ello suponga que venga más gente a León. Y ahí radica el
problema: en que no da igual.
(Publicado en La Nueva Crónica de León el 26/4/2014)