Lo bueno de las
leyendas es que, como dice mi madre, sirven para un roto y para un descosido.
Coges un mito, lo condimentas un poquito, lo metes al horno, le echas confites
de colores y ya tienes uno de esos cupcakes
que parecen una magdalena travestida. Y si no tienes uno a mano, los hay
precocinados, que casi nunca se revienen. Justo para el rato en que la realidad
sigue su camino sin que nadie se ocupe de ella, tristemente mohosa, ramplona y
como señalándonos con el dedo. Nos gustan las fábulas.
Verbi gratia. Se coge un cadáver
reciente, no importa cuán vilipendiado en vida, y se ensalza hasta el empalago,
con medallones, ceremonias y desfiles, alabanzas de corte y aprecios de aldea, horas
y horas de programación televisiva. Distrae, eso sí. Y no queda más remedio que
asombrarse de cómo pudo habitar entre nosotros tamaño portento humano sin que se
percibiera su valía justo hasta ahora, que ha muerto.
O también están las
macedonias clásicas, que nunca fallan. O sea: algo famoso y algo de aquí. Como
cuando Tiziano veraneaba en Sahagún, ¿recuerdan? Sirve el santo sudario (qué
oxímoron), eso sí, asturiano, que exhiben estos días en Botines. Y vale el
Grial, que ni Valencia ni O Cebreiro, ni la otra docena larga que circula por
ahí, que lo mismo tenía una copa cada comensal. Que estaba en San Isidoro de
toda la vida. Que
a fuerza de prodigios lo de menos van a ser las pinturas o su decrepitud, sino
si guardan allí también la piedra filosofal confundida con algún cálculo renal
de santa Cristeta. Hala, a buscar. Tanta quimera de otras y rancias épocas, esas
que no rechistan ya, que no se sabe si han encontrado un dedo del duque de
Suárez en un armario de la catedral, si la cuna y el sonajero del
parlamentarismo caben bajo el puente de los Maristas o si el vinito de la
última cena lo servía Undiano Mallenco y era un Prieto Picudo con pelín de
aguja. Que lo comprobarán, en cuanto hagan análisis pertinentes y cairotas. Si
los mayas levantaran la cabeza...
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 29/3/2014)