domingo, 30 de marzo de 2014

Leyendas




Lo bueno de las leyendas es que, como dice mi madre, sirven para un roto y para un descosido. Coges un mito, lo condimentas un poquito, lo metes al horno, le echas confites de colores y ya tienes uno de esos cupcakes que parecen una magdalena travestida. Y si no tienes uno a mano, los hay precocinados, que casi nunca se revienen. Justo para el rato en que la realidad sigue su camino sin que nadie se ocupe de ella, tristemente mohosa, ramplona y como señalándonos con el dedo. Nos gustan las fábulas.
Verbi gratia. Se coge un cadáver reciente, no importa cuán vilipendiado en vida, y se ensalza hasta el empalago, con medallones, ceremonias y desfiles, alabanzas de corte y aprecios de aldea, horas y horas de programación televisiva. Distrae, eso sí. Y no queda más remedio que asombrarse de cómo pudo habitar entre nosotros tamaño portento humano sin que se percibiera su valía justo hasta ahora, que ha muerto.
O también están las macedonias clásicas, que nunca fallan. O sea: algo famoso y algo de aquí. Como cuando Tiziano veraneaba en Sahagún, ¿recuerdan? Sirve el santo sudario (qué oxímoron), eso sí, asturiano, que exhiben estos días en Botines. Y vale el Grial, que ni Valencia ni O Cebreiro, ni la otra docena larga que circula por ahí, que lo mismo tenía una copa cada comensal. Que estaba en San Isidoro de toda la vida. Que a fuerza de prodigios lo de menos van a ser las pinturas o su decrepitud, sino si guardan allí también la piedra filosofal confundida con algún cálculo renal de santa Cristeta. Hala, a buscar. Tanta quimera de otras y rancias épocas, esas que no rechistan ya, que no se sabe si han encontrado un dedo del duque de Suárez en un armario de la catedral, si la cuna y el sonajero del parlamentarismo caben bajo el puente de los Maristas o si el vinito de la última cena lo servía Undiano Mallenco y era un Prieto Picudo con pelín de aguja. Que lo comprobarán, en cuanto hagan análisis pertinentes y cairotas. Si los mayas levantaran la cabeza...
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 29/3/2014)

lunes, 24 de marzo de 2014

Impostura




Además de las que se ponen a los demás por indolencia, están las etiquetas que uno se coloca a sí mismo o a lo propio, por interés. Suelo desconfiar cuando alguien hace ostentación de una vitola del tipo artista, escritor, pensador o algo parecido. Esas cosas suenan feas si las dice uno. Es como si afirmas sobre ti mismo que eres inteligente, simpático; que te sale así, natural o en plan profesional. Nadie afirma de sí mismo que es un torpe o un tipo ruin.... Aunque pueda ser cierto y, el aviso, de gran utilidad. Esas cosas las dicen los demás. Las buenas y las malas. Una demasiado benévola forma de autocalificarse encubre a menudo trampas e intenciones no declaradas.
Por ejemplo. Días atrás hemos visto a un grupito de señores de edad, trajeados de corbata y con aire de hacer chascarrillos entre ellos, reunidos para poner patas arriba el sistema fiscal español, con la excusa de que son -sic- un “comité de sabios” o, como poco, de “expertos”. Tal denominación les exime, al parecer, de cualquier sospecha y predisposición al error. Lo que dicen debe ser cierto, ya que están ungidos por la sabiduría, imbuidos de una experiencia que les permite evitar el fracaso, toda vez que lo sortearon (se supone) en el pasado (en eso consiste la experiencia, si es que sirve de algo). Así que, a tragar. Que si bajar las cotizaciones, que si tributar por tener casa, que si... Ellos sabrán, son sabios.
Pero no. Resulta que uno, que no es sabio ni experto, se pregunta sin embargo si no habrá otras sabidurías u otras experiencias, y, sobre todo, quién les ha dado ese título y por qué, que diría Mou. Y bien mirado se percata de que tales etiquetas se las plantaron quienes les convocaron para sancionar con sus dictámenes una política concreta. Y a base de escuchar su valía coreada, nos quedamos como paralizados por su supuesta autoridad. Y no. Más que sabios, son resabiados; más que expertos, expertizadores. Avales, concretamente, de prácticas gubernamentales solapadas.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/3/2014)

lunes, 17 de marzo de 2014

Regresión




Miradas de cierta manera, parece haber épocas regresivas y progresivas. Y no me refiero a esa nostalgia retrospectiva que recurre a la imagen que hemos construido del pasado como si fuera una Edad de oro perdida. Los fenómenos de evocación, revivalismo o lo que ahora se llama con alegre imprecisión lo vintage caracterizan tiempos inseguros de sí mismos, críticos o simplemente mediocres. Pero no. Hablo más bien de esos momentos en que la historia simula repetirse, tal vez como farsa, según decía Marx (el que tenía más brothers) pero sobre todo recordando que si algo no se soluciona del todo, regresa.
Y es que uno repara en las noticias y asoman visiones de otro tiempo, como si se ojeara un libro de historia, la hemeroteca de un periódico extinto o un recuerdo personal virado al sepia. Vamos a Internacional y aparece Crimea, junto a nombres como Sebastopol, Balaclava o Yalta, que suenan al XIX o a la Segunda Guerra Mundial y la guerra fría, pero en absoluto a este siglo. Leemos después que, en plena era de las telecomunicaciones globales, desaparece sin dejar rastro un Boeing 777 como si se tratase de una mala película catastrofista y esotérica de los setenta. Tenemos, por supuesto, la aportación de nuestro rancio gobierno, que intenta revivir los viajes abortistas; y recuerdo la primera vez que viajé a Londres en un vuelo barato, rodeado de chicas embarazadas y asustadas con billete de ida y vuelta en el mismo día... En la sección local se desploman casonas antiguas en el casco histórico y hay gente que reclama el AVE y la vieja estación... Miras los deportes y encuentras felizmente aupado en la Copa de Europa el músculo sufrido del Atlético de Madrid, como antaño. Y por fin, en la programación televisiva, topas con concursos de cocina, de talentos eurovisivos y hasta un programa mendicante en la cadena pública... Aviso, si vamos a dar saltos hacia el pasado sin ton ni son, quiero mi DeLorean, con su condensador de flujo en perfectas condiciones.
(Publicado el 15/3/2014 en La Nueva Crónica de León)

lunes, 10 de marzo de 2014

Etiquetas




Nos sentimos confortados cuando logramos colocar una etiqueta a algo que no entendemos, cuando llegamos a una conclusión escueta que, poco después, guardamos en un cajón de sastre con otros trastos inútiles: este tipo, este grupo, este asunto son así o asao... despachado y a otra cosa.
Le llamaron matagatos por matar un gato. Y de nada valen argumentaciones, discursos, razonamientos, esas cosillas que ya no se llevan y que tan cargantes resultan. De poco sirve que se intente detallar la gradación de los grises, los brillos, sombras, perfiles y rugosidades de las cosas, siempre mucho más detallados y delicados de lo que extracta su nombre en primera instancia. Poco o ningún interés despierta ser analítico, templado, preciso o escrupuloso. Porque no nos interesa el argumentario o el cuerpo de la sentencia, sino la sentencia misma, la condena. Como un epitafio hace con toda una vida, ventilamos de un plumazo que un tipo es tal o cual cosa, ignorando que puede ser tal y cual cosa. Y, acto seguido, desperezamos otro tema.
Objetas algo determinado, lo señalas para cuestionarlo y, si se trata del gobierno, eres rojo o azul; si es la iglesia, anticlerical; si es cierta cultura, un pureta; si te pasas de ciertas rayas, un antisistema... Poco importa lo que digas, por qué y cómo, sino contra quién lo digas. Siempre hay una expresión que encapsula las cosas en una prisión mental del tamaño de un bufido somnoliento. Se es ucraniano (ucranio dicen ahora) o ruso. Y, a renglón seguido, a las barricadas.
Nos sentimos seguros gracias a esas simplificaciones y prejuicios porque el mundo se torna comprensible con el mínimo esfuerzo, no demanda nuestra empatía ni nuestra discrepancia, no necesita razones sino únicamente reflejos primarios, perezosos. Trazamos una línea y nos situamos a este lado o al otro. Fácil y agradable como acurrucarse en el sofá de casa, como hallar refugio en medio de una tempestad. Pero engañoso, como las cáscaras, las apariencias, los prejuicios.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 8/3/2014)

lunes, 3 de marzo de 2014

Expolio




En el contexto del saqueo de lo público con el que unos pocos (los de siempre) están haciendo caja, no cabe desdeñar la usurpación de lo que en pueblos y lugares se llamaba y es “del común”, lo que de nadie era por ser de todos. Y es curioso, porque al aire, la tierra, los bosques o las aguas que pasan quedamente a manos privadas, se añaden otras cosas de Dios, o sea, de sus criaturas. Desde hace unos años la iglesia católica se dedica a inmatricular bienes terrenales relacionados con su actividad, independientemente de a quien pertenecieran según el sentido común y una lógica que nadie cuestionaba. Por ministerio de leyes franquistas o vacíos legales de esos que se dejaron para el séptimo día y que también benefician siempre a los mismos, se hace con propiedades como la mezquita de Córdoba o la casa parroquial y el cementerio del pueblo de usted.
El asunto de la mezquita, entre otros monumentos, ha saltado a las páginas de la prensa nacional. Pero no lo ha hecho el callado atribuirse la propiedad de un ingente patrimonio rural, monumental o simplemente terrenal, que pasa taimadamente de quienes siempre lo cuidaron y atendieron sin preguntarse a quién pertenecía hacia quienes lo disfrutaron y ahora lo pretenden sin avisar, pese a jactarse de su indiferencia ante las riquezas de este mundo.
Añádanle que la administración (o sea, nosotros) restaura y paga obras de forma subsidiaria en multitud de monumentos históricos. Ello faculta para inscribir en el registro de la propiedad el valor de esas inversiones como parte alícuota de la posesión de ese bien. A base de pagar sus arreglos, hemos llegado a ser propietarios de la herrería de Compludo, por ejemplo. Pero resulta que sólo se anota lo invertido en bienes privados que no sean de la Iglesia. ¿Otra dejadez más o, simplemente, un privilegio de esos no escritos? Si la administración no defiende lo común, lo de todos, comulga con ruedas de un molino cuyo curso de agua ya no será nuestro, de todos, nunca más.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 1/3/2014)