Hay una suerte de gracejo muy
popular que se asocia con la simpatía, aunque no tenga nada que ver con ella.
Lo utilizan tipos con guasas de saldo o con un cierto don de gentes que manejan
para acercarse disimuladamente a quienes mandan y engatusarlos con sus
comentarios lisonjeros y agradecidos, animándoles a ser como son, sean lo que
sean, que eso da igual, y convenciéndoles, además, de que llegado el caso,
ellos harán cualquier trabajo por sucio que sea, que les encomienden. Hay una
suerte de campechanía que es una forma bastarda de familiaridad y que revela
sobre todo sumisión y búsqueda de popularidad y de éxito personal a toda costa.
¿Recuerdan ustedes al Ruíz-Gallardón
de las jocosas entrevistas de “Caiga quien caiga”? Todos decíamos lo mismo:
este tío no parece del PP, o al menos es el PP que querríamos que fuera, la
derecha de un país normal. Qué labia, qué saber estar y qué desparpajo: qué
buen rollo este tipo, seguro que no le dejan mandar nunca jamás. Le
perdonábamos hasta ese aspecto de sapientín repelente y el enmarañado hirsuto
de sus cejas. Esas cejas que, ay sí, ellas sí, no sabían disimular y anunciaban
maneras de nomenklatura, de apparátchik de la derecha de toda la
vida, más allá de los armanis y los chascarrillos de última hora. Jesuitismos
aprendidos en la escuela. Pues ese tipo tan bien plantado ante las cámaras que
se atrevía a rebatir con gallardía a los reporteros más punzantes es ahora Mr.
Hyde. Ha puesto precio a la justicia, impidiendo que sea, como por definición debe
ser, un derecho público universal. Y ahora retrotrae los derechos de las
mujeres a niveles neandertales. Le Pen le felicita, mientras algunos compañeros
de partido bajan la mirada. Y lo hace sin una sonrisa, sin una palabra amable,
con el gesto hosco y el ceño fruncido de divina misión que sólo los profetas y los
trepas saben adoptar para las grandes ocasiones. Porque el trepa, cuando debe
ser agradable es gallardo, y cuando hace el trabajo sucio, es Gallardón.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 4/1/2014)
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